Page 126 - Frankenstein
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del crimen, la pobrecilla confirmó las sospe-
chas, en gran medida con su total confusión y
aturdimiento.
Parecía una historia de extrañas coinciden-
cias, pero no logró convencerme.
––Estáis todos equivocados ––le contesté se-
riamente––. Yo sé quien es el asesino. Justine, la
pobre Justine, es inocente.
En aquel instante entró mi padre. Advertí
cómo la tristeza había hecho mella en su sem-
blante; pese a todo, trató de recibirme con ale-
gría, y, tras intercambiar nuestro apenado salu-
do, hubiera iniciado otro tema de conversación
que no fuera el de nuestra desgracia, de no ser
porque Ernest exclamó:
––¡Dios mío, padre! Víctor dice saber quién
asesinó a William.
––Por desgracia, nosotros también ––
respondió mi padre––. Hubiera preferido igno-
rarlo para siempre, antes que descubrir tanta
maldad e ingratitud en alguien a quien aprecia-
ba tanto.