Page 210 - Frankenstein
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raba la virtud y los buenos sentimientos, y me
gustaban los modales dulces y amables de mis
vecinos; pero no me era permitida la conviven-
cia con ellos, salvo sirviéndome de la astucia,
permaneciendo desconocido y oculto, lo cual,
más que satisfacerme, aumentaba mi deseo de
convertirme en uno más entre mis semejantes.
Las tiernas palabras de Agatha y las sonrisas
animadas de la gentil árabe no me estaban des-
tinadas. Los apacibles consejos del anciano y la
alegre conversación del buen Félix tampoco me
estaban destinados. Desgraciado e infeliz en-
gendro.
Otras lecciones se me grabaron con mayor
profundidad aún. Supe de la diferencia de
sexos, del nacer y crecer de los hijos; cómo dis-
fruta el padre con las sonrisas de su pequeño, y
las alegres correrías de los hijos más mayores;
cómo todos los cuidados y razón de ser de la
madre se concentran en esa preciada carga; có-
mo la mente del joven se va desarrollando y
enriqueciendo; supe de hermanos, de herma-