Page 393 - Frankenstein
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desértica región hasta que, en la lejanía, apare-
ció el océano, último límite en el horizonte.
¡Qué distinto de los azules mares del sur! Cu-
bierto de hielo, sólo se diferenciaba de la tierra
por una mayor desolación y desigualdad. Los
griegos lloraron de emoción al ver el Medite-
rráneo desde las colinas de Asia, y celebraron
con entusiasmo el fin de sus vicisitudes. Yo no
lloré; pero me arrodillé y, con el corazón rebo-
sante, agradecí a mis espíritus el que me hubie-
ran guiado sano y salvo hasta el lugar donde
esperaba, pese a las burlas de mi enemigo, po-
der enfrentarme con él.
Hacía algunas semanas que me había procu-
rado un trineo y unos perros, lo que me permi-
tía cruzar la nieve a gran velocidad. Ignoraba si
aquel infame ser disfrutaba de la misma ventaja
que yo; pero vi que, así como antes había ido
perdiendo terreno, ahora me iba acercando más
a él; tanto es así, que cuando divisé el océano
sólo me llevaba un día de ventaja y esperaba
poder alcanzarlo antes de llegar a la orilla. Con