Page 395 - Frankenstein
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de  hielo  del  océano,  bajo  los  rigores  de  un  frío
   que pocos indígenas podían soportar, y que yo,
   nativo de una tierra cálida y soleada, no resisti-
   ría. Pero, ante la idea de que aquel engendro
   viviera y venciera, se me avivó de nuevo la ira y
   el ansia de venganza y, cual poderoso alud,
   barrieron mis otros sentimientos. Tras un breve
   descanso, durante el cual me visitaron los espí-
   ritus de mis difuntos y me animaron a la ven-
   ganza, me preparé para el viaje.
     Cambié el trineo de tierra por uno adecuado a
   las irregularidades del océano helado; y, des-
   pués de comprar una buena cantidad de provi-
   siones, abandoné tierra firme tras de mí.
     No  puedo  calcular  los  días  que  han  pasado
   desde entonces; pero he padecido torturas que,
   de no ser por el eterno sentimiento de una justa
   retribución que me inflama el corazón, nada
   hubiera podido hacerme padecer. Con frecuen-
   cia inmensas y escarpadas montañas de hielo
   me cerraban el camino, y muchas veces oía ru-
   gir, amenazante, una mar gruesa. Pero las cons-
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