Page 102 - Vuelta al mundo en 80 dias
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trazaba, con el perfumado ~umo de su pipa, una serie de palabras azuladas, que formaban
en el aire un letrero de cumplido para la concurrencia. Este jugaba con bujías encendidas,
que apagaba sucesivamente, al pasar delante de sus labios, y encendía una con otra, sin
interrumpir el juego. Aquél reproducía, por medio de peones giratorios., las combinaciones
más inverosímiles bajo su mano; aquellas zumbantes maquinillas parecían animarlo con
vida propia en sus intermina-bles giros, corrían sobre tubos de pipa, sobre los filos de los
sables, sobre alambres, verdaderos cabellos ten-didos de uno a otro lado del escenario;
daban vuelta sobre el borde de vasos de cristal; trepaban por escale-ras de bambú, se
dispersaban por todos los rincones, produciendo efectos armónicos de extraño carácter y
combinando las diversas tonalidades. Los juglares jugueteaban con ellos y los hacían girar
hasta en el aire; los despedían como volantes, con paletillas de madera, y seguían girando
siempre; se los metían en el bolsillo, y cuando los sacaban, todavía daban vueltas, hasta el
momento en que la distensión de un muelle los hacía desplegar en haces de fuegos
artificiales.
Inútil es describir los prodigiosos ejercicios de los acróbatas y gimnastas de la compañía.
Los juegos de la escalera, de la percha, de la bola, de los toneles, etc., fueron ejecutados
con admirable precisión; pero el principal atractivo de la función era la exhibición de los
narigudos, asombrosos equilibristas que Europa no conoce todavía.
Esos narigudos forman una corporación particular, colocada bajo la advocación directa del
dios Tingú. Vestidos cual héroes de la Edad Media, llevaban un espléndido par de alas en
sus espaldas. Pero lo que especialmente los distinguía, era una nariz larga con que llevaban
adornado el rostro, y, sobre todo, el uso que de ella hacían. Esas narices no eran otra cosa
más que unos bambúes, de cinco, seis y aun diez pies de longitud, rectos unos, encorvados
otros, lisos éstos, verrugosos aquellos. Sobre estos apéndices, fijados con solidez, se
verificaban los ejercicios de equilibrio. Una docena de los sectarios del dios Tingú se
echaron de espaldas, y sus compañeros se pusieron a jugar sobre sus narices enhiestas cual
pararrayos, saltando, volteando de una a otra y ejecutando suertes inverosí-miles.
Para terminar, se había anunciado especialmente al público la pirámide humana, en la cual
unos cincuen-ta narigudos debían figurar la carroza de Jaggemaut. Pero en vez de formar
esta pirámide tomando los hom-bros como punto de apoyo, los artistas del honorable
Batuicar debían sustentarse narices con narices. Se había marchado de la compañía uno de
los que forma-ban la base de la carroza, y como bastaba para ello ser vigoroso y hábil,
Picaporte había sido elegido para reemplazarlo.
¡Ciertamente que el pobre' mozo se sintió muy compungido triste recuerdo de la
juventud , cuan-do endosó su traje de la Edad Media, adomado de alas multicolores, y se
vio aplicar sobre la cara una nariz de seis pies! Pero, al fin, esa nariz era su pan, y tuvo que
resignarse p dejársela poner.
Picaporte entró en escena y fue a colocarse con aquellos de sus compañeros que debían
figurar la base de la carroza de Jaggernaut. Todos se tendieron por tierra, con la nariz
elevada hacia el cielo. Una segunda sección de equilibristas se colocó sobre los largos
apéndices, una tercera después, y luego una cuarta, y sobre aquellas narices, que sólo se
tocaban por la punta, se levantó un monumento humano hasta la cor-nisa del teatro.