Page 103 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Los aplausos redoblaban, y los instrumentos de la orquesta resonaban como otros tantos
truenos, cuando, conmoviéndose la pirámide, el equilibrio se rompió, y, saliéndose de
quicio una de las narices de la base, el monumento se desmoronó cual castillo de naipes...
Tuvo de esto la culpa Picaporte, quien, abando-nando su puesto, saltando del escenario sin
el auxilio de las alas, y trepando por la galería de la derecha, caía a los pies de un
espectador, exclamando:
¡Amo mío! ¡Amo mío!
¿Vos?
¡Yo!
¡Pues bien! ¡Entonces, al vapor, muchacho!
Mister Fogg, mistress Aouida, que le acompañaba, y Picaporte, salieron precipitados por
los pasillos, pero tropezaron fuera del barracón con el honorable Batul-car, furioso, que
reclamaba indemnización por la "rotura". Phileas Fogg apaciguó su furor echándole un
puñado de billetes de banco, y a las seis y media, en el momento en que iba a partir, mister
Fogg y mistress Aouida ponían el pie en el vapor americano, seguidos de Picaporte, con las
alas a la espalda y llevando en el rostro la nariz de seis pies, que todavía no había podi-do
quitarse.
XXIV
Fácil es comprender lo acontecido a la vista de Shangai. Las señales hechas por la
"Tankadera" habí-an sido observadas por el vapor de Yokohama. Viendo el capitán la
bandera de auxilio, se dirigió a la goleta, y algunos instantes después, Phileas Fogg,
pagando su pasaje según lo convenido, metía en el bolsillo del patrón John Bunsby ciento
cincuenta libras. Después, el honorable gentleman, mistresss Aouida y Fix, subí-an a bordo
del vapor, que siguió su rumbo a Nagasaki y Yokohama.
Llegado el 14 de noviembre,a la hora reglamenta-ria, Phileas Fogg, dejando que Fix fuera a
sus nego-cios, se dirigió a bordo del "Carnatic", y allí supo, con satisfacción de mistress
Aouida, y tal vez con la suya, pero al menos lo disimuló, que el francés Picaporte había
llegado, efectivamente, la víspera a Yokohama.
Phileas Fogg, que debía marcharse aquella misma noche para San Francisco, se decidió
inmediatamente a buscar a su criado. Se dirigió en vano a los agentes consulares inglés y
francés, y, después de haber reco-rrido inutilmente las calles de Yokohama, desesperaba ya
de encontrar a Picaporte, cuando la casualidad, o tal vez una especie de presentimiento, lo
hizo entrar en el barracón del honorable Batulcar. Seguramente que no hubiera reconocido