Page 156 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Al día siguiente, mister Fogg lo llamó y le reco-mendó, en breves, y concisas palabras, que
se ocupase del almuerzo de Aouida, pues él tendría bastante con una taza de té y una
tostada, y que la joven le dispen-sara por no poderla acompañar tampoco a la comida pues
tenía que consagrar todo su tiempo a ordenar sus asuntos. Sólo por la noche tendría un rato
de conver-sación con mistress Aouida.
Enterado Picaporte del programa de aquel día, no tenía otra cosa que hacer sino
conformarse. Contem-plaba a su amo siempre impasible, y no podía decidir-se a marcharse
de allí. Su corazón estaba apesadum-brado, y su conciencia llena de remordimientos,
porque se acusaba más que nunca de ese irreparable desastre. Si hubiera avisado a mister
Fogg, si le hubie-ra descubierto los proyectos del agente Fix, aquél no hubiera,
probablemente, llevado a éste a Liverpool, y entonces...
Picaporte no pudo contenerse, y exclamó:
¡Amo mío! ¡Mister Fogg! Maldecidme. Yo tengo la culpa de...
A nadie culpo exclamó Phileas Fogg, con el tono más calmoso . Andad.
Picaporte salió del cuarto, y se reunió con Aouida, a quien dio a conocer las intenciones de
su amo.
¡Señora añadió , nada puedo! No tengo influencia alguna sobre mi amo. Vos, quizá...
¿Y qué influencia puedo yo tener? respondió Aouida . ¡Mister Fogg no se somete a
ninguna! ¿Ha comprendido nunca que mi reconocimiento ha estado a punto de
desbordarse? ¿Ha leído alguna vez en mi corazón? Amigo mío, es preciso no dejarle solo ni
un momento. ¿Decís que ha manifestado intenciones de hablarme esta noche?
Sí, señora. Se trata, sin duda, de regularizar vuestra situación en Inglaterra.
Así es que , durante todo el día, que era domingo, la casa de Saville Row parecía
deshabitada, y por la vez primera, desde que vivía allí, Phileas Fogg no fue al club, cuando
daban las once y media en la torre del Parlamento.
¿Y por qué se había de presentar en el Reform--Club? Sus colegas no lo esperaban, puesto
que la vís-pera, sábado, fecha fatal del 21 de diciembre a las ocho y cuarenta y cinco
minutos, Phileas Fogg no se había presentado en el salón del Reform Club, y tenía la
apuesta perdida. Ni era siquiera necesario ir a casa de su banquero para entregarla, puesto
que sus adver-sarios tenían un simple asiento en casa de Baring Her-manos para transferir
el crédito.
No tenía, pues, mister Fogg necesidad de salir, y no salió. Estuvo en su cuarto ordenando
sus asuntos. Picaporte no cesó de subir y bajar la escalera de la casa de Saville Row, yendo
a escuchar a la puerta de su amo, en lo cual no creía ser indiscreto. Miraba por el ojo de la
cerradura, imaginándose que tenía este derecho, pues temía a cada momento una