Page 160 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Andrés Stuart, Gualte-rio Ralph, administrador del Banco de Inglaterra, el cervecero Tomás
Flanagan, todos aguardaban con an-siedad.
En el momento en que el reloj del gran salón seña-ló las ocho y veinticinco, Andrés Stuart,
levantándose dijo:
Señores, dentro de veinte minutos, el plazo con-venido con mister Fogg habrá expirado.
¿A qué hora llegó el último tren de Liverpool? preguntó Tomás Flanagan.
A las siete y veintitrés respondió Gualterio Ralph , y el tren siguiente no llega hasta las
doce y diez.
Pues bien, señores repuso Andrés Stuart , si Phileas Fogg hubiese llegado en el tren de
las siete y veintitrés, ya estaría aquí. Podemos, pues, considerar la apuesta como ganada.
Aguardemos, y no decidamos respondió Samuel Falientin . Ya sabéis que nuestro
colega es un excéntrico de primer orden, su exactitud en todo es bien conocida. Nunca llega
tarde ni temprano, y no me sorprendería verlo aparecer aquí en el último mo-mento.
Pues yo dijo Andrés Stuart, tan nervioso como siempre , lo vería y no lo creería.
En efecto repuso Tomás Fianagan , el pro-yecto de Phileas Fogg era insensato.
Cualquiera que fuese su exactitud, no podía impedir atrasos inevita-bles, y una pérdida de
dos o tres días basta para com-prometer su viaje.
Observaréis, además añadió John Suilivan-que no hemos recibido noticia ninguna de
nuestro colega, y sin embargo, no faltan alambres telegráficos por su camino.
¡Ha perdido, señores repuso Andrés Stuart , ha perdido sin remedio! Ya sabéis que el
"China", único vapor de Nueva York que ha podido tomar para llegar a Liverpool a tiempo,
ha llegado ayer. Ahora bien; aquí está la lista de los pasajeros, publicada por la
"Shipping Gazette", y no figura entre ellos Phileas Fogg. Admitiendo las probabilidades
más favorables, nuestro colega está apenas en América. Calculo en veinte días, por lo
menos, el atraso que traerá sobre el plazo convenido, y el viejo lord Albermale perderá
también sus cinco mil libras.
Es evidente respondió Gualterio Ralph , y mañana no tendremos más que presentar en
casa de Baring Hermanos el cheque de mister Fogg.
En aquel momento, el reloj del salón señalaba las ocho y cuarenta.
Aún faltan cinco minutos dijo Andrés Stuart.
Los cinco colegas se miraban. Hubiera podido creerse que los latidos de sus corazones
experimenta-ban cierta aceleración, porque al fin la partida era fuer-te. Pero lo quisieron
disimular, porque, a propuesta de Samuel Fallentin, tomaron asiento en una mesa de juego.