Page 58 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Allí debía detenerse sir Francis Cromarty. Las tro-pas con las cuales tenía que reunirse
estaban acampa-das algunas millas al norte. El brigadier general se des-pidió de Phileas
Fogg, deseándole todo el éxito posible y expresando el voto de que repitiese el viaje de un
modo menos original y más provechoso. Mister Fogg estrechó ligeramente los dedos de su
companero. Los cumplidos de Aouida fueron más afectuosos. Nunca olvidaría ella lo que
debía a sir Francis Cro-marty. En cuanto a Picaporte, fue honrado con un buen apretón de
manos de parte del brigadier general. Con-movido, le preguntó cuándo podría prestarle
algún ser-vicio. Después se separaron.
Desde benarés, la vía férrea seguía en parte el valle del Ganges. A través de los cristales del
vagón, y con un tiempo sereno, aparecían el paisaje variado de behar, montañas cubiertas
de verdor, campos de cebada, maíz y trigo, ríos de estanques poblados de aligatores
verdosos, aldeas bien acondicionadas y selvas que aun conservaban la hoja. Algunos
elefan-tes y cebús de protuberancia iban a bañarse a las aguas del río sagrado; y también, a
pesar de la esta-ción adelantada y de la temperatura, ya fría, se veían cuadrillas de indios de
ambos sexos, que cumplían piadosamente sus santas abluciones. Esos fieles ene-migos
encarnizados del budismo, son sectarios fer-vientes de la religión brahmánica que se
encama en tres personas: Vishma, la divinidad solar; Shiva, la personificación divina de las
fuerzas naturales; y Brahma, el jefe supremo de los sacerdotes y legisla-dores. ¡Pero con
qué ojo Brahma, Shiva y Vishma debían considerar a esa India, ahora britanizada, cuando
algún barco de vapor pasaba silbando y tur-baba las aguas consagradas del Ganges,
espantando a las gaviotas que revoloteaban en la superficie, a las tortugas que pululaban en
sus orillas y a los devotos tendidos a lo largo de sus márgenes!
Todo este panorama desfiló como un relámpago, y con frecuencia una nube de vapor
blanco ocultó sus pormenores. Apenas pudieron los viajeros entrever el fuerte de Chunar, a
veinte millas al sur de Benazepur y sus importanes fábricas de agua de rosa; el sepulcro de
lord Cornwallis, que se eleva sobre la orilla izquier-da del Ganges; la ciudad fortificada de
Buxar, Putna, gran población industrial y mercantil, donde existe el principal mercado del
opio de la India; Monglar, ciu-dad, más que europea, inglesa como Manchester o
Bir-mingham, nombradas por sus fundiciones de hierro y sus fábricas de armas blancas, y
cuyas altas chimene-as parecían tiznar con su negro humo el cielo de Brah-ma, ¡verdadera
mancha en el país de los sueños!
Después llegó la noche, y en medio de los rugidos de los tigres, osos y lobos que huían ante
la locomoto-ra, el tren pasó a toda velocidad y no se vio nada ya de las maravillas de
Bengala, ni Golconda, ni las ruinas de Gour, ni Mounshedabad, que antes fue capital, ni
Burdwan, ni Hougly, ni Chandemagor, ese punto fran-cés del territorio indio, donde se
hubiera engreído Picaporte al ver ondear la bandera de su patria.
Por último, a las siete de la mañana, llegaron a Calcuta. El vapor que salía para
Hong Kong no leva-ba el áncora hasta mediodía.
Según su itinerario, debía llegar a la capital de las Indias, el 25 de octubre, veintitrés días
después de haber salido de Londes, y llegaba el día fijado. No tenía pues, ni adelanto, ni
atraso. Desgraciadamente, los días ganados entre Londres y Bombay, quedaban perdidos,