Page 77 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Después de afeitarse se fue al muelle de embarque del "Carnatic", y allí vio a Fix que se
paseaba de arri-ba abajo y viceversa, de lo cual no se extrañó. Pero el inspector de policía
dejaba ver en su semblante mues-tras de un despecho vivísimo.
¡Bueno! dijo entre sí Picaporte . ¡Esto va mal para los gentiemen del Reform Club!
Y salió al encuentro de Fix con su alegre sonrisa, sin aparentar que notaba la inquietud de
su companero.
Ahora bien, el agente tenía buenas razones para echar pestes contra el infernal azar que lo
perseguía. ¡No había mandamiento! Era evidente que éste corría tras de él y no podía
alcanzarlo sino permaneciendo algunos días en la ciudad. Y como Hong Kong era la
última tierra inglesa del trayecto, mister Fogg se le iba a escapar definitivamente si no
lograba retenerlo.
Y bien, señor Fix, ¿estáis decidido a venir con nosotros a América? preguntó Picaporte.
Sí respondió Fix apretando los dientes.
¡Enhorabuena! exclamó Picaporte soltando una ruidosa carcajada . Bien sabía yo
que no podrí-ais separaros de nosotros. ¡Venid a tomar vuestro pasa-je, venid!
Y ambos entraron en el despacho de los transpor-tes marítimos, tomando camarotes para
cuatro perso-nas; pero el empleado les advirtió que estando con-cluídas las reparaciones del
"Carnatic" se marcharía éste aquella misma noche a las ocho, y no al siguiente día como se
había anunciado.
Muy bien exclamó Picaporte esto no ven-drá mal a mi amo. Voy a avisarle.
En aquel momento, Fix tomó una resolución extre-ma. Resolvió decírselo todo a Picaporte.
Era éste el único medio de retener a Phileas Fogg durante algunos días en Hong Kong
Al salir del despacho, Fix ofreció a su companero convidarlo en una taberna. Picaporte
tenía tiempo, y aceptó el convite.
Había en el muelle una taberna de atractivo aspec-to, donde ambos entraron. Era una
extensa sala bien adornada, en el fondo de la cual había una tarima de campaña, guarnecida
de almohadas, y sobre la cual se hallaba cierto número de durmientes.
Unos treinta consumidores ocupaban en la gran sala unas mesetas de junco tejido. Los unos
vaciaban pintas de cerveza inglesa, ale o porter, los otros, copas de licores alcohólicos, gin
o brandy. Además, la mayor parte de ellos fumaba en largas pipas de barro colora-do, llenas
de bolitas de opio mezclado con esencia de rosa. Después, de vez en cuando, algún fumador
ener-vado caía bajo la mesa; y los mozos, tomándolo por los pies y la cabeza, lo llevaban al
tinglado para que allí durmiera tranquilamente. Estaban allí colocados como treinta de
éstos, embriagados, unos junto a otros en el último grado de embrutecimiento.