Page 73 - Vuelta al mundo en 80 dias
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guardar rencor a esas anchurosas oleadas que el v«íen-to levantaba sobre la superficie del
mar.
Durante los días 3 y 4 de noviembre fue aquello una especie de tempestad. La borrasca
batió el mar con vehemencia. El "Rangoon" debió estarse a la capa durante media jornada,
manteniéndose con diez vuel-tas de hélice nada más, y tomando de sesgo a las olas. Todas
las velas estaban arriadas, y aun sobraban todos los aparejos que silbaban en medio de las
ráfagas.
La velocidad del vapor, como es fácil concebirlo, quedó notablemente rebajada, y se pudo
calcular que la llegada a Hong Kong llevaría veinte horas de atraso y quizá más si la
tempestad no cesaba.
Phileas Fogg asistía a aquel espectáculo de un mar furioso que parecía luchar directamente
contra él, sin perder su habitual impasibilidad. Su frente no se nubló ni un instante, y sin
embargo, una tardanza de veinte horas podía comprometer su viaje, haciéndole perder la
salida del vapor de Yokohama. Pero ese hombre sin nervios no experimentaba ni
impaciencia ni aburri-miento. Hasta parecía que la tempestad estaba en su programa y
estaba prevista. Mistress Aouida que habló de este contratiempo con su compañero, lo
encontró tan sereno como antes.
Fix no veía las cosas del mismo modo. Antes al contrario. La tempestad le agradaba. Su
satisfacción no hubiera tenido límites si el "Rangoon" se llegase a ver obligado a huir ante
la tormenta. Todas estas tardanzas le cuadraban bien, porque pondrían a mister Fogg en la
precisión de permanecer algunos días en Hong Kong. Por último, el cielo, con sus ráfagas
y borrascas, estaba a su favor. Se encontraba algo indis-puesto; ¡pero qué importa! No hacía
caso de sus náu-seas, y cuando su cuerpo se retorcía por el mareo, su ánimo se ensanchaba
con satisfacción inmensa.
En cuanto a Picaporte, bien se puede presumir a que cólera se entregaría durante ese tiempo
de prueba. ¡Hasta entonces todo había marchado bien! La tierra y el agua parecían haber
estado a disposición de su amo. Vapores y ferrocarriles, todo le obedecía. El viento y el
vapor se habían concertado para favorecer su viaje. ¿Había llegado la hora de los
desengaños? Picaporte, como si debieran salir de su bolsillo, no vivía las veinte mil libras
de la apuesta ya. Aquella tempestad lo exas-peraba, la ráfaga lo enfurecía, y de buen grado
hubiera azotado a aquel mar tan desobediente. ¡Pobre mozo! Fix le ocultó cuidadosamente
su satisfacción personal, e hizo bien, porque, si Picaporte hubiera adivinado la ale-gría
secreta de Fix, éste lo hubiera pasado mal.
Picaporte, durante toda la duración de la borrasca, permaneció sobre el puente del
"Rangoon". No hubiera podido estarse abajo. Se encaramaba a la arboladura y ayudaba las
maniobras con la ligereza de un mono, asombrando a todos. Dirigía preguntas al capitán, a
los oficiales, a los marineros, que no podían menos de reir-se al verle tan desconcertado.
Picaporte quería a toda costa saber cuánto duraría la tempestad, y le designaban el
barómetro que no se decidía a subir. Picaporte sacu-día el barómetro, pero nada obtenía, ni
aun con las inju-rias que prodigaba al irresponsable instrumento.