Page 91 - Vuelta al mundo en 80 dias
P. 91
cascada luminosa de llamara-da eléctrica; pero en el equinoccio de invierno era de temer
que se desencadenase con violencia.
El piloto tomó sus precauciones de antemano. Arrió todas las velas sobre cubierta. Los
botadores fueron despasados. Las escotillas se condenaron cui-dadosamente. Ni una gota de
agua podía penetrar en el casco de la embarcación. Sólo se izó en trinquetilla una sola vela
triangular, para conservar a la goleta con viento en popa, y, así las cosas, se esperó.
John Bunsby había recomendado a sus pasajeros que bajasen a la cámara; pero, en tan
estrecho espacio, casi privado de aire, y con los sacudimientos de la marejada, no podía
tener nada de agradable aquel encierro.
Ni mister Fogg, ni mistress Aouida, ni el mismo Fix, consintieron en abandonar la cubierta.
A las ocho la borrasca de agua y de ráfagas cayó a bordo. Sólo con su trinquetilla, la
"Tankadera" fue despedida como una pluma por aquel viento, del cual no se puede formar
exacta idea sino cuando sopla en tempestad. Comparar su velocidad a la cuádruple de una
locomotora lanzada a todo vapor, sería quedar por debajo de la verdad.
Durante toda la jornada, corrió así hacia el Norte, arrastrada por olas monstruosas, y
conservando, feliz-mente, una velocidad igual a la de ellas. Veinte veces estuvo a pique de
quedar anegada por una de esas mon-tañas de agua que se levantan por popa, pero la
catás-trofe se evitaba por un diestro golpe de timón dado por el piloto. Los pasajeros
quedaban, algunas veces, moja-dos en grande por los rocíos que recibían con toda filosofía.
Fix gruñía, indudablemente; pero la intrépida Aouida, con la vista fija en su compañero,
cuya sangre fría admiraba, se manifestaba digna de él, y arrostraba a su lado la tonnenta. En
cuanto a Phileas Fogg, pare-cía que el tifón formaba parte de su programa.
Hasta entonces, la "Tankadera" había hecho siem-pre rumbo hacia el Norte; mas por la
tarde, como era de temer, el viento se llamó a tres cuartos al Noroeste. La goleta, dando
entoces el costado a la marejada, fue espantosamente sacudida. El mar la hería con
violen-cia suficiente para espantar, cuando no se sabe con qué solidez están enlazadas entre
sí todas las partes de un buque.
Con la noche, la tempestad se acentuó más, y, viendo llegar la oscuridad y con la oscuridad
crecer la ton nenta, John Bunsby tuvo serios temores. Preguntó si sería tiempo de escalar
la costa, y consultó a la tri-pulación, después de lo cual se acercó a Fogg y le dijo:
Creo, Vuestro Honor, que haríamos bien en arri-bar a un puerto de la costa.
Yo también lo creo respondió Phileas Fogg.
¡Ah! dijo el piloto , pero ¿en cuál?
Sólo conozco uno respondió tranquilamente mister Fogg.
¿Y es?