Page 23 - Cloe-y-el-poubolt-magico
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Más  tarde,  caminaron  por  el  pueblo.  Al  ver  la  torre  de  la  campana,  la  Beffroi,  se  quedó  tan
            impresionada que no se percató de que unos seres gigantescos se dirigían hacia ellos. Al verlos, Cloe

            se asustó y se giró para correr en dirección contraria. Casi se cae a uno de los canales. Menos mal
            que François la sujetó antes de darse un frío chapuzón.


            —¡No te asustes! —dijo para tranquilizarla—. Es la fiesta de Gayants, donde los habitantes de Douai
            se disfrazan de gigantes. No son peligrosos.



            Cloe se calmó y se acercó para observarlos. Escuchó una lengua extraña, una que no era la habitual.



            —No  hablan  francés  —le  aclaró  François,  que  adivinó  por  su  expresión  lo  que  pensaba—,  es
            flamenco. Antiguamente, este pueblo pertenecía a Flandes.
            —¿Flamenco?  ¿Una  lengua?  —Cloe,  acostumbrada  a  oír  y  bailar  flamenco  en  Andalucía,  no
            comprendía cómo también se podía llamar así a una lengua, a un animal… ¿Por qué no inventaban
            palabras nuevas, en lugar de repetir la misma para confundirla?



            François  decidió  llevarla  al  norte,  al  Paso  de  Calais.  Allí,  pasearon  por  playas  de  arenas  finas  y
            blancas, con dunas, acantilados e incluso bordeadas de pinos. ¡Cómo cambiaban esas playas cada

            dos pasos!


            —¿Quieres visitar Inglaterra? —preguntó François, que nunca se había alejado tanto de su tierra–.
            Sólo hay que coger el eurotúnel.
            —¿Inglaterra? ¿Ya conozco toda Francia?

            —No, aún me queda mucho por mostrarte, sólo nos daremos un paseo en tren.


            A medida que el transporte se alejaba de Francia, François se volvía más y más transparente.
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