Page 167 - veinte mil leguas de viaje submarino
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¿Qué puede arriesgarse en ese oficio? ¿Tragar unas cuan-tas bocanadas de agua salada?
                   dijo Ned Land.

                  -Tiene usted razón, Ned. A propósito  dije, tratando de remedar la naturalidad del capitán
                  Nemo , ¿no tiene usted miedo de los tiburones?

                  -¿Yo? ¿Miedo yo, un arponero profesional? Mi oficio es burlarme de ellos.

                   Es que no se trata de arponearlos, de izarlos al puente de un barco, de despedazarlos, de
                  abrirles el vientre y arrancar-les el corazón para luego echarlos al mar.

                   Entonces, de lo que se trata es de...

                   Sí.

                   ¿En el agua?

                   En el agua.

                   Bien, ¡con un buen arpón! ¿Sabe usted, señor profesor? Los tiburones tienen un defecto, y
                  es que necesitan ponerse tripa arriba para clavarle los dientes, y mientras tanto...

                  Daba escalofríos la forma con que Ned Land dijo eso de «clavarle los dientes».

                  -Y tú, Conseil, ¿qué piensas de esto?

                   Yo seré franco con el señor.

                  «¡Vaya! ¡Menos mal!», pensé.

                   Si el señor afronta a los tiburones, no veo por qué su fiel sirviente no lo haría con él.





                  3. Una perla de diez millones



                  No pude apenas dormir aquella noche. Los escualos atra-vesaban mis sueños. Me parecía
                  tan justa como injusta a la vez esa etimología que hace proceder la palabra francesa con que
                  se designa al tiburón, requin, de la palabra requiem.
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