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se sostuvo en hombros de gigantes como el gran Michael Faraday,
                     pero la revolución conceptual a la que nos condujo y que abrió
                     las puertas a la física del siglo xx  fue  un logro exclusivamente
                     suyo. No en vano Albert Einstein escribió:  «Una época científica
                     terminó y otra comenzó con James Clerk Maxwell».
                         Su teoría electromagnética, resumida en las cuatro famosas
                     leyes de Maxwell, se mantiene como uno de los pilares de nues-
                     tro conocimiento del universo. De hecho, la teoría de la relativi-
                     dad surge en parte por la imposibilidad de reconciliar la teoría
                     electromagnética de Maxwell con la mecánica de Newton. Había
                     que escoger entre una u otra, y Einstein optó por contradecir a
                     Newton. Y no solo eso, sino que la teoría electromagnética que
                     formuló en A  Treatise on Electricity and Magnetism  (1873)  ha
                     resistido los profundos cambios y revoluciones que sufrió la física
                     durante el siglo xx. Hasta ese punto es una pieza fundamental en
                     nuestra comprensión del mundo que nos rodea, desde las escalas
                     más pequeñas, el mundo de los átomos, hasta el más grande, el de
                     los cúmulos de galaxias. Sus ideas eran tan diferentes a lo que se
                     había hecho hasta entonces que sus contemporáneos no sabían
                     qué hacer con ellas; la mayoría de los científicos estaban descon-
                     certados e incluso sus amigos más fieles creían que se estaba re-
                     creando en una fantasía.  No era para menos: les estaba diciendo
                     que el espacio que rodeaba a las cargas eléctricas y los imanes
                     no estaba vacío, sino que contenía «algo» que le aportaba nuevas
                     propiedades y cuyo efecto visible era la existencia de fuerzas eléc-
                     tricas y magnéticas. Aún más, que cada vez que un imán vibraba
                     o cambiaba una corriente eléctrica, se generaba una onda que se
                     esparcía por el espacio del mismo modo que lo hacían las olas
                     en un estanque tras arrojar una piedra. Y lo más asombroso de
                     todo: esa onda era la luz. De este modo, de un plumazo, Maxwell
                     unía bajo una misma formulación la electricidad, el magnetismo
                     y la luz.  No  es extraño que ante semejante despliegue concep-
                     tual sus colegas guardaran silencio. Únicamente en 1888, casi una
                     década después de su muerte, su teoría electromagnética de la
                     luz, tal corno él la bautizó en 1864, fue aceptada. Y todo gracias
                     a que uno de los mejores físicos alemanes de entonces, Hermann
                     von Helmholtz, propuso a la Academia de Ciencias de Berlín que





          8          INTRODUCCIÓN
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