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trabajo de un buen número de sus miembros, y podemos suponer
que la lista le fue proporcionada por la propia sociedad: Maxwell
no estuvo entre los mencionados.
James Clerk Maxwell creía en el progreso científico, la
«aproximación a la verdad», como expresó en su lección inau-
gural en Cambridge al hacerse cargo del laboratorio Cavendish.
Aunque su marcado sentido del deber le obligaba a aceptar las
responsabilidades de los cargos que detentó a lo largo de su vida,
su verdadero compromiso lo tuvo con lo que siempre fue sin de-
cirlo, un filósofo natural, un indagador emocionado con descu-
brir el funcionamiento de la naturaleza. Como escribió su amigo
y biógrafo Lewis Campbell, «con sagrada devoción continuó en
su madurez lo que había sido su disfrute en la niñez». Su visión
de los valores culturales de la ciencia estaba muy alejada de la
corriente de laicismo que comenzó a soplar a mediados del siglo
XIX, sobre todo después de la publicación de El origen de las espe-
cies de Charles Darwin. Profundamente religioso, pero en ningún
momento dogmático o fundamentalista, señalaba que los valores
morales y religiosos eran más importantes que los beneficios del
progreso material. Asociaba el estudio de la ciencia con el cre-
cimiento como persona, y avisaba del peligro que representaba
creer que solo con la ciencia se podía llegar a algún tipo de ilu-
minación intelectual. Para él había límites al conocimiento y re-
chazaba la arrogancia de creer que podíamos acercarnos todo lo
que quisiéramos a «la presciencia Divina»: sin duda, para Maxwell
había límites para el conocimiento científico. Irónicamente, su
trabajo demostró que basta una mente libre de prejuicios para
superar unos límites que nosotros mismos nos imponemos.
10 INTRODUCCIÓN