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buena parte de la notación matemática de la época y aproximarla
                     a la forma con que hoy día la emplea la comunidad científica.
                         Si de esta enumeración se desprende una sensación de acu-
                     mulación un tanto caótica el culpable no es otro que el propio
                     Euler. Aunque publicó no menos de una docena de libros, entre
                     los cuales algunos de los más importantes de la historia de las
                     matemáticas -sobre todo, su inigualada trilogía de textos sobre
                     análisis Introductio in analysin infinitorum (Introducción al
                     análisis del infinito), Institutiones calculi differentialis (Fun-
                     damentos de  cálculo diferencial)  e lnstitutiones calculi inte-
                     gralis (Fundamentos de cálculo integral)-, buena parte de su
                     obra apareció de forma aislada, en artículos, sin que sea posible
                     hallar en ella continuidad alguna de intereses a través de las di-
                     ferentes épocas de su vida.  Tan pronto abordaba un problema
                     candente en teoría de números -el problema de Basilea, cuya
                     resolución en 1735 le  otorgó la fama- como se «descolgaba»
                     con una fórmula que relaciona de forma inesperada las caras, los
                     vértices y las aristas de un poliedro, uno de los resultados en
                     geometría más profundos de todos los tiempos.  Euler creó de
                     forma compulsiva, acorde con las exigencias particulares de una
                     mente excepcional y única.
                         A la extraordinaria multiplicidad de intereses de Euler hay
                     que sumar un segundo factor que dificulta aún más la labor de
                     hacerse una idea cabal de la obra del matemático suizo:  su no
                     menos extraordinaria abundancia productiva. En efecto, Euler fue
                     uno de los matemáticos más prolíficos, sino el que más, de toda la
                     historia. Sus escritos están parcialmente clasificados por Gustaf
                     Enestrom, y se identifican, como si fueran de un músico famoso,
                     por su número de opus. Mozart tiene su número K. (de Kochel) y
                     Euler, su número E. (de Enestrom); los números E. se detienen en
                     el 866.  Esta labor dista de estar completada; todo y con eso, la
                     edición de sus obras completas (Opera omnia), en curso de pu-
                     blicación desde 1911, se prevé que ocupe unos 90 volúmenes de
                     aproximadamente 450 páginas. Euler mismo decía que su lápiz se
                     le desbocaba y escribía más rápido que él. Solo la corresponden-
                     cia de Euler encontrada hasta el momento asciende a casi 3 000
                     cartas. Sus artículos y libros representan, más o menos, un tercio





          8          INTRODUCCIÓN
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