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fútbol, y le puso el nombre de «núcleo». Con este descubrimiento
se dio cuenta de la siguiente paradoja: en el núcleo estaba conte-
nida casi toda la masa del átomo. Solo los electrones cruzaban el
inmenso vacío que constituye el átomo. Dar con el núcleo fue, por
su trascendencia, un acontecimiento históricamente comparable
al descubrimiento de América o a pisar la Luna por primera vez.
Este físico neozelandés demostró también que sobre el átomo
se ignoraba todo, que se trataba de un vasto territorio que mere-
cía la pena explorar. No era el final del camino, sino más bien un
punto de acceso a un mundo que más tarde se descubriría que
sigue leyes absolutamente düerentes a las que podemos observar
de forma cotidiana. Las piezas empezaron a encajar gracias a la
contribución de otros físicos, empezando por el danés Niels Bohr.
El átomo dejó de entenderse entonces de forma clásica para pasar
a formar parte, definitivamente, del extraordinario y enigmático
mundo cuántico.
Pero Rutherlord no solo consiguió descubrir un universo en-
tero en cada uno de los átomos, sino que además logró lo que
parecía un sueño de locos: transmutar un elemento en otro. La
transmutación era una antigua aspiración medieval alrededor de
la cual se había desarrollado la alquimia. Tomar latón para conver-
tirlo en oro no era más que un timo del doblador de cucharas de
turno, hasta que llegó Rutherlord para demostrar que la transmu-
tación química era en realidad un fenómeno físico que podía darse
de forma natural y que también podía provocarse artificialmente.
La transmutación ponía en evidencia, por encima de todo, que
en los átomos reinaba un orden y que estaban hermanados. Los
elementos (hierro, oro, oxígeno, etc.) no eran categorías ajenas
entre sí e incompatibles. A pesar de las diferencias, había extraor-
dinarias similitudes que permitían convertir un átomo de un ele-
mento en otro. De la misma manera que Darwin hizo patente que
los seres vivos tienen un ascendente común, los átomos derivan
todos ellos del hidrógeno. La transmutación sugería además que el
núcleo se podía fragmentar y dividir en dos mitades. Para Ruther-
ford, este proceso -llamado fisión y que sería formalizado por
Otto Hahn, físico que trabajó a las órdenes de Rutherlord, y Lise
Meitner- era casi irrelevante y apenas desataría energía. Sin em-
10 INTRODUCCIÓN