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supuso una mayor libertad de espíritu, y a la postre posibilitó la
        Reforma protestante y con ello las futuras guerras de religión. La
        segunda mitad del siglo XVI  fue realmente una edad de oro para
        las artes. Basta citar algunos de los nombres que encontramos en
        esa época para reconocer el impresionante nivel al que se llegó
        en la cultura: Moliere, Shakespeare, Swift,  Cervantes, Quevedo,
        Lope  de Vega,  Velázquez,  Murillo,  Rubens,  Rembrant,  Vivaldi,
        Bach, Han del. .. Y en el terreno del pensamiento nos encontramos
        a Spinoza, Hobbes, Locke, Bacon o Amauld, entre otros. Uno de
        los factores que más influyó en este florecimiento de la cultura
        fue la invención de la imprenta a mediados del siglo xv.  Y si cabe
        destacar un libro en esos primeros años por su relevancia, ese es
       De revolutionibus orbium coelestium (Sobre el movimiento de
        las esferas celestes), publicado en 1537 por Nicolás Copémico.
            Sin embargo, la mayor evolución se produjo seguramente en
        el campo científico. En apenas siglo y medio, la ciencia avanzó
        mucho más que  en todos los siglos anteriores. Esa revolución
        científica sentó las bases para una futura revolución industrial,
       pues la ciencia ya no era meramente teórica, como en la antigua
        Grecia, sino eminentemente práctica. Para comprobar la impor-
        tancia de dicha revolución, basta citar algunos de los hitos conse-
       guidos: la ley de la caída libre de los cuerpos de Galileo, las leyes
        del movimiento planetario o las lentes astronómicas de Kepler,
       la de los gases de Boyle, el cálculo de la velocidad de la luz por
       Romer, la teoría ondulatoria de Huygens,  el barómetro de Torri-
       celli, la descripción de la circulación de la sangre por Harvey o el
       descubrimiento de los microorganismos por Leeuwenhoek. Estos
       logros espectaculares de la ciencia se consiguieron no porque los
       científicos del siglo XVII fueran más capaces que sus predecesores,
       sino porque vieron el mundo con ojos nuevos. Abandonaron la
       estricta rigidez griega y comenzaron a investigar sin dar tanta im-
       portancia a la rigurosidad de la demostración. Se impuso el lema
       «primero inventar, después demostrar».
           El filósofo Francis Bacon, firme defensor de la investigación
       empírica, apoyaba al científico de laboratorio. En s~ obra Nueva
       Atlántida (1626) planteaba una sociedad utópica dirigida por cien-
       tíficos, que sería ridiculizada en Los viajes de Gulliver (1726), de






                                                         INTRODUCCIÓN        9
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