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daria lo entendería de inmediato. ¿Tal vez es que era imposible de
                     probar? Esa posibilidad aterradora, el hecho de que existan afir-
                     maciones matemáticas imposibles de demostrar, había sido ade-
                     lantada por  uno  de  los  más  grandes  lógicos  del  siglo  xx,  el
                     austriaco-estadounidense Kurt Gódel, y poco tiempo después por
                     el padre de la informática, el británico Alan Turing. Tal vez el úl-
                     timo teorema era uno de esos infelices desterrados del reino de
                     las matemáticas. Tal vez Fermat, sin saberlo, había encontrado el
                    primer resultado indemostrable de la historia de las matemáticas.
                     En cualquier caso,  Fermat era el responsable, indirectamente y
                    sin proponérselo, de haber creado más matemáticas con los vanos
                    intentos de demostrar su último teorema que, probablemente, las
                    que  generaría la demostración que  definitivamente  cerraría el
                    tema y lo pondría a dormir para siempre junto a tantos otros re-
                    sultados que ya nadie investiga a fondo porque se conocen a la
                    perfección.
                        El profesor dejaba entonces de hablar de Fermat y devolvía a la
                    Tierra a sus alumnos, al confortable mundo en el que los teoremas se
                    sucedían unos a otros con demostraciones rigurosas y el último teo-
                    rema no era sino un extraño monstruo que quitaba el sueño a algunas
                    personas. Casi todos aceptaban que el problema nunca sería resuelto.
                        Hasta cierto punto, resulta paradójico que esta sea la aporta-
                    ción más conocida de Fermat, vista su condición de matemático
                    de primer orden. A pesar de ello, su nombre rara vez se cita a la
                    par de los de Arquímedes, Euclides, Descartes, Newton, Leibniz,
                    Euler o Gauss. Sus enormes aportaciones han quedado relegadas
                    por razones varias. Basta con dar un vistazo a las enciclopedias y
                    libros de historia de las matemáticas para comprobar que apenas
                    se le menciona, casi siempre a la sombra de un contemporáneo o
                    sucesor.
                        Pierre de Fermat, un magistrado de Toulouse al que algunos
                    consideran el más grande aficionado que haya contribuido a las
                    matemáticas, vivió en la época en la que dicha ciencia, tras despe-
                    rezarse lentamente de su sueño medieval, fue presa de una febril
                    actividad en la que sufrió una profunda transformación, una ver-
                    dadera revolución científica. Poco se sabe de las incidencias de su
                    vida, plácida, burguesa y sin sobresaltos, pero su carácter se nos






         8          INTRODUCCIÓN
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