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desvela a través de su correspondencia y de su forma de abordar
        las matemáticas.
            A pesar de ser, según todo indica, un hombre del Antiguo Régi-
        men, Fermat fue un revolucionario en el ámbito científico. Pocos
        pusieron tantos cimientos de la matemática moderna como él, al
        igual que pocas personas dieron pasos tan audaces hacia el futuro.
        Pero,  como suele pasar con ciertos revolucionarios,  Fermat no
        apreció en su justa medida todo lo que estaba haciendo. Su obse-
        sión era resucitar la ciencia griega que siglos de incuria y violencia
        habían destruido. Le interesaba reconstruir la obra de Diofanto, de
        Apolonio, de Arquímedes, de Euclides. No se dio cuenta de que las
        herramientas que usaba para restituir a los autores de la Antigüedad
        eran las que fundarían una nueva ciencia y relegarían muchos de los
        métodos de los antiguos a un archivo para historiadores.
            La generación posterior a Fermat perdió el interés por la mate-
        mática griega, con la notable excepción de Euclides, que fue, hasta
        bien entrado el siglo xx, la referencia para la enseñanza del rigor y
        la belleza en matemáticas. Sus Elementos son la obra más editada
        después de la Biblia. La modernidad ha perdido muy recientemente
        el privilegio de bañarse en sus aguas, de la misma forma que se ha
        perdido el latín de la Eneida o el griego de Homero.
            Pero Euclides era una rareza. Desde finales del siglo XVII,  la
        ciencia griega se había convertido en una curiosidad. A partir de
        entonces, los matemáticos no miraron atrás, pensaron siempre en
        el futuro y en lo que ellos mismos estaban creando. Fermat fue
        uno de los últimos que contempló la gran tradición del pasado. Y al
        hacerlo, y en la forma como lo hizo, enterró ese pasado y creó un
        mundo nuevo, junto con otros grandes matemáticos de su tiempo.
        Toda tradición se resiste a morir, y es cierto que incluso la obra
        cumbre de la física, los Philosophiae naturalis principia mathe-
        matica de Newton, adoptó una forma «griega». Pero era el canto
        del cisne. A la muerte de Fermat, en 1665, la matemática griega
        había sido ya sustituida por la moderna.  Después de él,  ningún
        gran matemático se preocupó por restituir la matemática de la
        Antigüedad.
            En este libro se repasa la historia de esa revolución. Los dos
        primeros capítulos versan sobre el teorema que le hizo famoso y






                                                         INTRODUCCIÓN        9
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