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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
  Pero si bien tenía talento, fuerza y los conocimientos, carecía de la experiencia, era todavía muy joven, de modo que Guillermo Stein decidió colocarle un mentor que la supervisara y le enseñara todos los temas prácticos de la industria. Era lo necesario para transformarla en una súper enóloga jefa. Pero el personaje que eligieron para conducirla y preparale para ello no fue el más adecuado. “Una vez más tuve que enfrentarme con el machismo cerrado del señor Infante, como se llamaba el profesional que me pusieron a cargo. Se trataba de un hombre bastante mayor, que me ignoraba por completo. Se encerraba con el Jefe de Bodegas y la única oportunidad que me ofrecía para desarrollar mi profesión era realizar análisis de vinos, algo que me terminó cansando. Le reclamé, pero a él le dio lo mismo y pasaban los meses y yo haciendo los horribles análisis de vino, en circunstancias que yo quería ir a las plantaciones, degustar los vinos, viajar, relacionarme con los vendedores, con los consumidores, en fin hacer el trabajo de una enóloga moderna”, puntualiza.
Finalmente después de mucho sufrir a ese personaje y de reclamar constantemente, Infante fue despedido, pero no sin dejar en la vida de María de la Luz una sensación de sinsabor y amargura. Entonces para compensarla, la familia Stein le ofreció que fuera ella quien eligiera a su próximo mentor, porque consideraban que todavía tenía un camino que recorrer como aprendiz, antes de asumir la jefatura. De inmediato el seleccionado fue su ex profesor, Emilio de Solminihac, enólogo y propietario de Viña Santa Mónica, quien la guió con sabiduría y visión durante cinco inolvidables años.
De Solminihac llegó a ser todo un personaje dentro de la vitivinicultura chilena. Fue un destacado agrónomo y luego se especializó en la Universidad de Burdeos en Francia, y regresó al país con grandes ideas que las aplicó.
“Él fue mi súper mentor, porque tenía su propia viña, de modo que sus consejos eran prácticos, vigentes, muy apegados a la vida real. De hecho fue gracias a él que le llegué a plantear a don Guillermo la posibilidad de ampliar mis horizontes, por el bien de todos. En esa época los enólogos no viajaban, no incursionaban en el área comercial, ni siquiera conocían sus viñas, sólo permanecían en sus limitados laboratorios. Don Guillermo, después de escucharme con toda atención, me dijo: “Pero, mi hijita, Ud. tiene que limitarse a ver la parte técnica no más...”.
Pero el cariño fue más fuerte y, por supuesto, también el ojo comercial del empresario alemán. Con el tiempo no sólo fue cediendo a las solicitudes de María de la Luz, por un tema afectivo, sino que comprendió que el nuevo rol del enólogo sería mucho más rentable para su empresa.
Pero una nueva guerra estaba a punto de estallar en San Pedro: al jefe de
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