Page 164 - NUEVE MUJERES, LIDERAZGOS QUE INSPIRAN
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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
  hacíamos misa en las casas, comulgábamos con marraquetas y hacíamos mucho trabajo social en las poblaciones. En esas condiciones, ya a los 14 años yo era una concentrada militante de la DC, apasionada por las causas políticas y sociales. Mi mundo era muy pequeño y el aislamiento ayudó al apego a mi familia. Me iba al colegio caminando, mi papá llegaba al trabajo en tres minutos y siempre almorzábamos todos los días juntos”.
Su padre la llevaba periódicamente a revisar las faenas ubicadas a varias horas de su casa y poco a poco le enseñó la importancia de los grandes proyectos, los grandes emprendimiento, hechos muchas veces a pulso. Todo esto, en medio de un gran esfuerzo físico y mental, donde había que enfrentar la adversidad climática con valentía y firmeza, porque los vientos huracanados alcanzaban facilmente los 100 y 130 kilómetros por hora y, en cada instante, los hombres arriesgaban sus vidas, montados en lo más alto de las torres de perforación.
“Ese esfuerzo concertado, que luego se convierte en un proyecto de desarrollo, en una obra concreta, me marcó para siempre. En ese sentido tuve una formación única. Yo nunca tejí, cociné ni cosí, a diferencia de mi mamá y mi hermana. Yo salía con mi papá, conversaba con él, leía. Era tanto el interés que tenía por todo, que a los seis años había leído la novela “Corazón”, y un poco más tarde el “Infierno de Dante”, en el Tesoro de la Juventud. Un día me preguntaron en el colegio, a los 12 años, cuál era mi ideal de vida y yo contesté ‘una isla desierta con una palmera, plátanos y una gigantesca biblioteca para poder leer y para que nadie me moleste mientas lo hago’ ”.
Su adolescencia la inició en Punta Arenas, una ciudad que ella describe como llena de inmigrantes increíbles, activos, vibrantes, emprendedores, como, croatas, españoles, ingleses, chilotes, que convivían sin problemas entre ellos. “Era gente única, muy organizada, trabajadora, que jamás se quejaban de sus posibles infortunios, que jamás perdía la perspectiva. Era un mundo donde existía una sociedad muy integrada, donde primaba la cultura precisamente del inmigrante, es decir, del esfuerzo y del sacrificio. Yo ya tenía 15 años y a esa edad, en ese lugar, nunca nos llegamos a preocupar de nuestras eventuales diferencias sociales. Para nosotros no las habían y eso me hacía muy feliz, distinto de lo que ocurría cuando venía a Santiago, cuando pasábamos por todas esas poblaciones callampas al entrar a la ciudad; yo lloraba, no podía creer que alguien viviera así y el resto lo permitiera. Mi sentido justiciero y social estaba siempre a flor de piel, desde muy pequeña”, expresa.
Y aunque su padre se reía de ella, él era el primero en incentivarla. “Yo vivía reclamándole a las monjas del colegio donde me eduqué, María Auxiliadora, e intercediendo por mis compañeras más débiles. No soportaba la injusticia. Por lo tanto siempre tenía las peores notas en conducta o vivía condicional por insolente”.
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