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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
las felicitaciones de muchos Gobiernos que compartieron los términos de su intervención y que no apoyaban la guerra.
Allí, en el pequeño hemiciclo, la ministra de Relaciones Exteriores chilena señalaba que, sin importar otras consideraciones, la política exterior de su país se basaba en principios y que los principios eran el respeto al multilateralismo, la resolución pacífica de las controversias, acatar los tratados internacionales y, si se decide intervenir por alguna razón, debe hacerse por consenso. En otras palabras y, de manera muy elegante, denunciaba la ilicitud del conflicto bélico.
Pero la decisión estaba tomada y nada pudo evitarla, pese a las numerosas reuniones realizadas por la aplicación de la Resolución N°1.441, en que se preveía la instauración de un régimen de inspección más estricto y se concedía a Irak una última oportunidad de cumplir con las disposiciones del Consejo de la ONU. El 20 de marzo de 2003, sin que mediara ninguna declaración de guerra, comenzaba el ataque de la coalición contra Irak.
Soledad Alvear quedaba devastada, pero con la satisfacción de haberlo hecho todo. Seguía las alternativas de la guerra sin perderse detalle, pero ahora las prioridades cambiaban: en vista de lo ocurrido, había que rescatar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos a como diera lugar, porque las puertas se estaban cerrando de manera acelerada, aunque todavía quedaba un cierto campo de maniobra.
De alguna manera, también se dieron las condiciones. Gracias a una invitación formulada por una universidad de ese país, viajó a Estados Unidos a participar en un importante seminario. Allí coincidió con el secretario de Estado, Colin Powell, con quien siempre mantuvo una muy cordial relación, pese a las crecientes diferencias que los separaban por la guerra.
“Al verme”—recuerda Soledad Alvear,— “se acercó y me saludó; siempre fue muy atento y cariñoso conmigo, además de que nos unía el hecho de haber tenido un hijo grave, al igual que el mío, que salió del coma por los mismos motivos que Carlos Alberto, un accidente en moto. Su apoyo, en los difíciles momentos que viví, fue algo que nos acercó más y que siempre valoraré. Era obvio que abordaríamos el tema del TLC, que ahora, cuando ya no quedaba nada por hacer respecto de la guerra, volvía a ganar preeminencia. Todavía recuerdo como si fuera hoy lo que me dijo: ‘Soledad, aquí en Estados Unidos, cuando hay guerra, el pueblo apoya a su Presidente hasta las últimas consecuencias, aunque no esté de acuerdo. Por eso nosotros sentimos decepción, porque ustedes en Chile no actuaron como un país amigo; los amigos se apoyan. Eso no es gratis. Sin embargo, lo único que puedo hacer es evitar comentarle al Presidente Bush sobre la necesidad de presentar en estos momentos el Tratado de Libre Comercio ante el Congreso, porque nos arriesgaríamos demasiado a un rechazo. En otras palabras,
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