Page 262 - NUEVE MUJERES, LIDERAZGOS QUE INSPIRAN
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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
  que se reconcilió con la fe, aunque advierte que practica una espiritualidad que no corresponde a una religión particular. “Me pasa lo mismo que con la política, todas me sirven. Soy bautizada, pero puedo ir a un templo Zen y estoy feliz; a una sinagoga y estoy feliz; a la naturaleza y estoy feliz. No necesito mucho para conectarme...”.
Su padre fue un próspero agricultor que exportaba productos innovadores del agro mucho antes del boom chileno y que integraba lo más que podía a su hija en sus actividades.
En la medida que Ximena iba creciendo, descubría una gran afinidad con su padre, quien la llamaba “María Contreras”, porque siempre lo contradecía. Pero aquello no importaba, porque, dice: “Nos queríamos tanto... Más que mi papá, era como un amigo grande, un amigote. Él siempre quiso tener hijos hombres y a mí me crió como tal. Mi padre era dirigente del fútbol de la Universidad Católica y me llevaba siempre a los partidos. Yo iba feliz, pero llevaba mi tejido; nunca me importaron los goles, sólo me interesaba estar en su compañía. Cuando éramos chicas, los fines de semana nos tomaba a nosotras dos con mi hermana, junto con nuestras amiguitas, nos amarraba con una cuerda para que no nos cayéramos y subíamos la montaña en compañía del perro de la casa. A mi papá le gustaban los niños, por eso siempre estaba con nosotras. Nos enseñó a esquiar, a escalar cerros, a disfrutar con una puesta de sol, todo eso lo absorbí de él. Tanto nos queríamos que, tras la ruptura con mi madre, él volvió a casarse 15 días después de que yo lo hiciera, es decir, tuvo la delicadeza de esperarme y de nunca abandonarme”.
La madre de Ximena Abogabir fue una figura prácticamente ausente en su vida; casi no recuerda haber tenido una relación con ella, de modo que cuando abandonó el hogar, cuando ella tenía apenas 12 años, no experimentó gran tristeza, aunque trajo consecuencias. “Desarrollar mi parte femenina ha sido todo un tema en mi vida. Yo me considero masculina, me cargaban los modelos femeninos, no soportaba eso de vivir preocupada de la pintura, la ropa, el teñido, me identificaba con mi papá. Con Sergio, mi segunda pareja, con quien llevamos juntos 34 años, recién pudo emerger mi energía femenina y eso me ayudó a completarme. También ahora que soy abuela y tengo 10 nietos, me estoy vinculando con la ternura. Cuando instalo en mi la falda a la más chiquitita, me inunda un sentimiento de una paz y una tranquilidad increíbles. Esto también me permite acceder a mi parte más femenina. Podemos estar horas jugando a las muñecas y yo me siento cada vez más feliz y relajada, algo que jamás logré con mis hijos con quienes posiblemente fui mejor padre que madre”, señala esta mujer suave, muy dulce, excelente conversadora, que gesticula con sus manos grandes, que habla como quien escribe, sin pausa, de corrido, “redactado”, de una mirada azul profunda, de ojos algo eslavos, muy vivaz, canosa, de pelo
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