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El colegio es un concepto abstracto, siempre me han dicho que lo extrañaré el
día que ya no vuelva; pero esa frase nunca me sonó coherente cuando me
quedaba hasta tarde en él y veía que al paso que se iban los estudiantes este
perdía su vida y se volvía otra estructura inerte como cualquier otra. A diferen-
cia de cualquier otro edificio en el paisaje, el colegio tiene vida, vida que se
crea al andar por sus pasillos y jugar en sus parques y que revives cada vez
que alguien más lo hace. “Extrañarás el colegio” esa premisa que como un
imperativo he repetido en mi cabeza todo este año nunca tuvo más sentido
que ahora que recuerdo mis años en él, porque un colegio no es un nombre,
una persona, una estructura o un salón; mi colegio fue una vida que llené de
lazos de amistad con las personas cuyos caminos fui encontrando a lo largo
de mi recorrido en él y que hoy en perspectiva agradezco. No me iré triste de
este lugar porque en él he aprendido que, al igual que un año escolar, la vida
está llena de ciclos que han de cerrarse y este año me toca cerrarlo a mí, sin
embargo, no me iré sin antes darles las gracias a aquellos que fueron decisi-
vos para ser la persona que soy hoy y de la cual me siento muy orgullosa,
aquellos que sin ser profesionales fueron maestros para mí y me enseñaron
mucho más que para un examen, para una vida entera.
La pandemia me enseñó que el colegio no es aquel edificio que veo al cami-
nar por fuera un fin de semana ni que ser Ignaciano es pagar una matrícula
mensualmente, creo que el colegio serán aquellos recuerdos que le cuente a
los demás una vez ya haya salido, si eso es el colegio, lo extrañaré.