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los vencidos y vencedores, pero aquellas marcas que aún vemos en el
presente, son tocadas suavemente por el agua, el sol y el viento, siendo
transformadas en palabras narradas que cada vez son escuchadas,
sentidas, y acogidas por mí, que tras la acogida en un abrazo sincero, se
aproxima a tomar nuevos caminos, que conviertan esa memoria que para
muchos había muerto, en una memoria viva, que marque caminos tan
suaves como la seda, tan libres como el volar de las aves, pero tan firme
como la pisada de un elefante, para que así nos acerquemos a un país
más democrático, critico, reflexivo, fuera del alcance del retorno de la
cruda violencia, pero cada vez más cercanos de una paz que nos cobije a
todos. Ahora es el turno de hablar de mi papá, un hombre con un nombre
tan largo que me recuerda las creencias y las tradiciones de mis abuelos
Maria Teresa Vasquez y Jose Elias Restrepo que vivieron una
parte de sus vidas en la calurosa y hermosa ciudad de Barranquilla.
Allá en los años de 1950 mi abuelo José arreglaba radios y mi abuela
era la señora de la casa. Recuerdo cuando mi papá me contaba con
bastante gracia, que creía que detrás de la televisión había una cajita