Page 119 - Cementerio de animales
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micmac de ahí arriba. Es casi roca viva. El hombre cultiva lo que puede…, y lo cuida.
               —Jud…
               —No hagas preguntas, Louis. Acepta los hechos y déjate llevar por tu corazón.

               —Pero…
               —Pero nada. Acepta los hechos, Louis, y déjate llevar por tu corazón. Esta vez lo
           que hemos hecho está bien… Por lo menos, así lo espero por mi vida… Otra vez

           puede estar rematadamente mal.
               —¿No me contestarás ni a una pregunta?
               —Según lo que sea.

               —¿Cómo conociste ese sitio? —La pregunta se le ocurrió durante el regreso, al
           especular sobre si el propio Jud no tendría sangre micmac, aunque no lo parecía; su
           aspecto no podía ser más anglosajón.

               —Anda, pues por Stanny B. —dijo Jud con gesto de sorpresa.
               —¿Él te habló del cementerio?

               —No —dijo Jud—. No es un lugar del que uno habla por las buenas. Allí enterré
           yo, cuando tenía diez años, a mi perro "Spot" que se arañó con un alambre de espino
           oxidado mientras perseguía a un conejo. La herida se infectó y lo mató.
               Allí  había  algo  que  no  encajaba  con  lo  que  Louis  había  oído  antes;  pero  el

           cansancio no le permitía pensar con claridad. Jud no dijo más, sólo le miraba con sus
           impenetrables ojos de anciano.

               —Buenas noches, Jud.
               —Buenas noches.
               El anciano cruzó la carretera cargado con el pico y la pala.
               —¡Gracias! —gritó impulsivamente Louis.

               Jud no volvió la cabeza; sólo levantó una mano, para indicar que le había oído.
               De pronto, en la casa, empezó a sonar el teléfono.

               Louis echó a correr haciendo una mueca por el dolor que se le despertó en muslos
           y caderas; pero cuando entró en la caldeada cocina, el aparato había llamado ya seis o
           siete veces y, en el momento en que Louis le puso la mano encima, enmudeció. Él
           contestó a pesar de todo, pero sólo se oía el zumbido de la señal para marcar.

               «Era Rachel —pensó—. Ahora mismo la llamo.»
               Pero  de  repente  le  parecía  un  trabajo  excesivo  tener  que  marcar,  intercambiar

           unas  envaradas  frases  con  la  madre  —o,  peor  aún,  con  el  padre  esgrimidor  de
           talonarios—, esperar a que se pusiera Rachel…, y luego Ellie. Porque la niña aún
           estaría levantada; era una hora antes en Chicago. Y Ellie le preguntaría por Church.

               «Está divinamente. Lo atropelló un camión de la Orinco. No sé por qué, estoy
           seguro  de  que  ha  sido  un  Orinco.  Si  no,  sería  una  incongruencia,  no  sé  si  me
           entiendes. ¿Que no? Bueno, no importa. Murió en el acto, pero no quedó desfigurado.

           Jud y yo lo hemos enterrado en el cementerio micmac de la montaña… Una especie




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