Page 16 - La iglesia
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por la Semana Santa, ni el ir a misa los domingos, ni mucho menos que
alguien creyera en los curas. A estos los veía como una casta frustrada, de
mentalidad obsoleta y discurso dogmático fuera de lugar en el siglo XXI. Sin
embargo, se llevaba de maravilla con el vicario de Ceuta, el padre Alfredo,
con quien se tomaba de vez en cuando alguna que otra cervecita en El
Mentidero, charlando de historia, arquitectura o arte. Paradojas de la vida.
—¿Tú, trabajando dentro de una iglesia? —El lado más malvado de Marta
disfrutaba con la situación—. Espero que no la eches abajo para montar un
bingo.
—Siempre le digo a todo el mundo que me casé contigo por lo graciosa
que eres —rezongó Juan Antonio—. No me entusiasma, pero en el fondo me
da igual. Eso sí, me da pena que Felipe se lo pierda. Él estaba muy ilusionado
con este proyecto, ya sabes lo capillita que es…
—¿Qué le pasa a Felipe? ¿Algo grave?
—Por fin ha decidido operarse del estómago. Un bypass gástrico, creo.
—Hace bien —aprobó Marta, que no era ajena al problema de obesidad
mórbida del siempre afable Felipe Rodríguez—. ¿Cuánto pesa ahora?
—A ojo de buen cubero, unos mil quinientos kilos. La operación no es por
estética, es por salud. Va a tener para meses…
Marta aspiró el humo del cigarrillo.
—Así que la Iglesia de San Jorge… ¿Desde cuándo está cerrada?
—Desde 2005, cuando encontraron al párroco muerto en la sacristía.
—Marta hizo un gesto de espanto con los ojos, pero permitió que su marido
siguiera hablando—. El pobre hombre vivía allí, en una especie de celda. A su
ayudante, un cura más viejo que Cascorro, se lo llevaron a la Península a los
pocos días, según me comentó Maite. —Juan Antonio se refería a Maite
Damiano, arquitecta jefa de la Asamblea y su inmediata superior—. La iglesia
se cerró después de eso y lleva años sin abrirse. Hace unos meses, unos frailes
de la orden de San Jorge entregaron las llaves al obispo de Cádiz. Por lo visto
andan en vías de extinción y han rehusado a hacerse cargo de ella por más
tiempo. Ahora pertenece a la Diócesis de Cádiz.
Marta apagó el cigarrillo en un cenicero de cerámica horroroso, recuerdo
de un sitio al que no recordaba haber ido jamás; la típica pieza de artesanía de
origen desconocido que no suele faltar en ningún hogar que se precie.
—Pues no sé quién irá a oír misa allí —se preguntó Marta—. Esa zona
está en ruinas. ¿Cuántas casas habitadas quedan por los alrededores?
—Solo una casita baja. Es de unos musulmanes, y está justo enfrente de la
iglesia. Las demás familias de los patios fueron realojadas en barriadas,
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