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Literatura 5° San Marcos
JULIO RAMÓN RIBEYRO (1929 – 1994) rcos
Julio Ramón Ribeyro nació una tarde de 1929 ante la alegría familiar, que no imaginó que se
convertirá en uno de los escritores peruanos más grandes de nuestro siglo. Venido de una típica
familia de clase media, no pasa mayores apuros económicos y afectivos durante su niñez.
Pronto, el joven Ribeyro da muestras de su apego a las Letras, y ya para entonces afloran en su
mente los primeros cuentos y relatos propios de su edad, ante el estupor de su familia que no ve
con buenos ojos que se dedique a la literatura, quienes consideran que el oficio de escritor es
denigrante y deshonroso. Para ellos la carrera de Derecho da mayor estatus y la seguridad de un
futuro promisorio.
Sin embargo, estas contradicciones no son impedimento para que Julio Ramón Ribeyro pronto se vea involucrado en
un círculo de escritores, que suelen publicar sus obras y obsequiarlas generalmente a sus amigos y familiares,
además de presentarlas en bohemios lugares de la ciudad. Fue allí donde Ribeyro comenzó en realidad su carrera
literaria, frecuentando estos lugares donde sus cuentos y relatos eran escuchados con suma atención por los
concurrentes que, en su mayoría, eran poetas, novelistas, cuentistas, etc
En 1958, publica su primer libro: Cuentos de Circunstancias; en 1960, La crónica de San Gabriel, donde ya expresa
su inclinación hacia los cuentos; y en 1964 publicó Las Botellas y Los Hombres
El especial carácter de Julio Ramón Ribeyro, tal como los personajes de sus escritos, lo aleja del protagonismo;
acostumbrado a una existencia algo marginal que en cierto modo privilegia. Es por eso que toma la decisión de
separarse de los círculos literarios limeños y sacudirse de lo que más detesta: La popularidad, la fama.
Enrumba entonces a Europa y se traslada de un país a otro sin establecerse en un sólo sitio, pasando las
desventuras y miserias que significa estar alejado de su patria, sin conocer a nadie, aislado por el idioma en un
itinerario que incluye Francia, Alemania, Bélgica y España.
Finalmente, se afinca en París, Francia. Es el inicio de la década de los sesenta cuando entra a trabajar como
periodista en la Agencia France-Press, donde permanece hasta 1971, año en que es nombrado consejero Cultural
del Perú ante la Unesco. Su vida transcurre entre París y Lima, específicamente en el distrito de Barranco, donde,
cada vez que visita el Perú, suele recorrer sus antiguas casonas y tradicionales callejuelas junto a sus mejores
amigos, envuelto en largas tertulias, para luego enfrentarse a la máquina de escribir. En 1973 publica La Palabra
del Mudo, obra que recoge todos sus cuentos.
Narrador eminentemente urbano, logró una obra amplia, con un lenguaje fluido y directo. Escribió novelas y cuentos.
En este último género alcanza un dominio extraordinario de la técnica. Sus personajes son trabajados
exhaustivamente tanto en el nivel social como en el psicológico
En 1974 se le detecta cáncer, enfermedad ocasionada claramente por su adicción al cigarro, amigo inseparable en
largas jornadas de creatividad e ingenio que concluyen en cuentos y relatos que trasuntan lo inimaginable.
Sobreviviente de recaídas y cirugías mayores, los dos últimos años son, sin embargo, los más felices de su vida, que
se apagó el 4 de diciembre de 1994, días después de obtener el premio Juan Rulfo, para muchos el más importante
en habla castellana, distinción que reafirma la resonancia de su obra no sólo para los peruanos sino para todo
hablante de la lengua hispana.
El presidente de México por esa época, Carlos Salinas de Gortari, en vano lo esperó para el develamiento de la efigie
con el busto del reciente ganador del premio. Su salud se hallaba demasiado quebrantada como para realizar el
largo viaje a tierras aztecas. En su lugar, estuvieron presentes en el acto su esposa Alida Cordero y su hijo Julio.
Producción Literaria
Cuentos de Circunstancias" (1958)
Crónica de San Gabriel" (1960)
Los geniecillos dominicales" (1965)
La Palabra del Mudo" (1973)
Cambio de guardia
La caza sutil
Prosas apátridas
Dichos de Luder
La tentación del fracaso
“Los gallinazos sin plumas” (Fragmento)
Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y al
mirar a los ojos del abuelo creía desconocerlo, como si ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las noches,
cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A esa
hora el cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A veces se ceñía la pierna
de palo y salía al corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a la huerta, levantando los
puños, atropellando lo que encontraba en su camino. Por último reingresaba en su cuarto y quedaba mirándolos
fijamente, como si quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual.
La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir que
los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos como los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin apagar
siquiera el farol. Esta vez no salió al corralón ni maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba fijamente la
puerta. Parecía amasar dentro de sí una cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla. Cuando el cielo
comenzó a desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia sus nietos y lanzó un
rugido:
¡Arriba, arriba, arriba! – los golpes comenzaron a llover –. ¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuándo vamos a estar
así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!...
Compendio -73-