Page 31 - KI - literatura
P. 31
Literatura 3° Secundaria
Ya veis con cuánta facilidad confundimos los signos enviados por los dioses, cuán crédulos somos cuando
después de un esfuerzo agotador, creemos haber llegado al final del camino y nos descuidamos. Príamo
mandó colocar las piedras retiradas de la muralla y reponer en su sitio los portones, cerrando de nuevo la
ciudad, pero el mal, la plaga horrible, ya estaba dentro.
Después de un día agotador, tanto por el esfuerzo de haber arrastrado hasta lo alto de la ciudadela aquel
coloso equino, como por la felicidad de haber salido de la ciudad y recorrido la llanura y los campos libres de
preocupación, cuando cayó la noche los troyanos se retiraron a sus casas. Por primera vez en diez años
dormirían tranquilos, sin sobresaltos ni temores, sin necesidad de vestirse la coraza al amanecer y
despedirse otra vez de sus esposas para afrontar la muerte. No sabían que a esa misma hora los griegos
aprestaban de nuevo sus naves, abandonaban su escondrijo de Ténedos y hendían sigilosamente los remos en
el agua negra, dispuestos a navegar por un río de sangre.
Porque, entre tanto, el mendaz Sinón se había deslizado hasta el lugar donde estaba el caballo de madera y,
sin hacer ruido, abría la trampilla instalada en el vientre y por ella, ayudados de cuerdas, se deslizaban hasta
el suelo los guerreros griegos. Sin perder tiempo, degollaron a los vigilantes de la muralla, abrieron los
portones, e hicieron señales con una antorcha encendida para que, desde la playa donde aguardaban en las
naves, supieran sus compatriotas que la ciudad estaba franca y lista para ser destruida. Y así, al amparo de
la oscuridad, el ejército griego invadió la playa como una gigantesca ola, penetró en la ciudad dormida y dio
comienzo la destrucción de Troya.
Tú, reina Dido, diste muestra de mucha sabiduría y fortaleza al huir de Tiro para evitar confrontarte en una
guerra con tu hermano. También nosotros, de haber sido posible, habríamos evitado el conflicto con los
griegos. No fue factible, porque ellos querían nuestra riqueza y, sobre todo, ambicionaban arrebatarnos el
control del estrecho de los Dardanelos, por donde se producía el comercio con oriente. El peaje que pagaban
los barcos al pasar por nuestras posiciones era una fuente inagotable de dinero. La fuga de Helena con el
troyano Paris, hijo del rey Príamo, les dio un buen pretexto para venir a atacarnos.
La casa de mi padre, el príncipe Anquises, estaba un poco apartada, así que cuando llegó hasta allí el ruido de
las armas y el espantoso griterío, la tragedia había estallado ya. Me desperté sobresaltado, y al instante me
pareció ver ante mí a Héctor, el más valiente de los guerreros troyanos, quien había sucumbido bajo las
armas del temible Aquiles tiempo atrás, dejándonos a nosotros y a su padre, el rey Príamo, huérfanos del
mejor comandante y estratega. Aún no sé si su aparición fue un sueño, o efecto de la inhalación del humo que
ya entraba por las ventanas y las puertas, o si mi propia mente lo convocó en busca de auxilio y lo representó
ante mí. Solo recuerdo que él me transmitía, sin palabras, una sola idea: debía marcharme porque ya nada
quedaba de Troya, nada se podía salvar.
La única posibilidad de supervivencia de esta ciudad amada era tomar sus símbolos sagrados y, llevándolos
conmigo, ponerlos a salvo en otro lugar, donde de nuevo floreciera. Me señalaba a nuestros dioses penates, a
la diosa Vesta y su fuego sagrado.
Yo, sin embargo, salté del lecho y, sin escuchar ni un instante su mensaje, busqué mis armas y salí a la calle.
Roja estaba la noche, rojo el cielo, roja la mar a lo lejos, como incendiada ella también. Las llamas habían
prendido en los campos y los bosques de los alrededores. La muralla se desmoronaba en algunas partes,
devorada por el fuego. Altos edificios, brillantes como ascuas, se derrumbaban arrastrando tras de sí una
estela de chispas que ascendía de nuevo hacia lo alto y prendía, si no ardían ya, las construcciones vecinas.
¿Y el espanto de los gritos? ¿Y el fragor de un combate desigual, crecidos los griegos, desorientados y
luchando con ardor, pero sin esperanza, los troyanos? Ansioso por morir combatiendo, me adentré en la
ciudad en busca de compañeros para acudir en defensa de la ciudadela.
Y he de decirte, reina Dido, que nunca me he arrepentido de esa decisión, porque es la que corresponde a un
hombre. Pero hubiera dado mi vida por no haber visto los horrores que presencié.
Toma unos sorbos de vino, noble Eneas, y descansa un poco – dijo la reina, a cuyo rostro asomaban signos de
hallarse muy conmovida. En el salón el silencio era absoluto, sobrecogidos como estábamos al escuchar el
relato. Y los cartagineses celebramos, en lo más profundo de nuestro espíritu, el habernos librado de un
dolor semejante por el corazón generoso de Dido.
Sabías que...
La Eneida a diferencia de La Ilíada, no es una parte heredada de a conciencia nacional, sino
l
más bien un intento deliberado de glorificar a Roma, por encargo de Augusto, cantando el
supuesto origen troyano de sus gentes y, en especial, los logros e ideales de Roma bajo su
nuevo emperador.
Virgilio constituye una de las cimas de la literatura latina y es uno de los autores clásicos
que ejerció en la literatura posterior una influencia más duradera y permanente. Junto con
Horacio y Ovidio personifica la Edad de Oro que para la poesía fue la época de Augusto.
er
1 Bimestre -82-