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VIVIR INTENSAMENTE
Medicina, una profesión humanística dedicada al trato con cariño efu-
sivo hacia los queridos pacientes. Inició como un sueño inalcanzable, que
con mucho esfuerzo, dedicación y perseverancia se cristalizó, ante lo cual
con humildad y satisfacción puedo decir que “soy médica”. Una carrera
en la que juega un papel importante la empatía, simultáneamente con
apoyo hacia el paciente y su familia.
En la actualidad, laboro como médica residente en la caótica área de
urgencias pediátricas, en una casa de salud de la ciudad de Cuenca, lugar
en el que suceden cosas inverosímiles; donde hay días buenos y días
malos y cada uno de ellos es un verdadero reto, con situaciones diver-
tidas y algunas no tanto. Las guardias de 24 horas pueden pasar, o bien
de manera efímera, como el ver disipar el humo de un café o de manera
sosegada como el wifi de un centro comercial; o como cuando acude un
niño a la guardia por un resfriado u otro con fractura de radio a las 3:00 de
la mañana. ¿Cómo se fracturó a esa hora? me he preguntado varias veces.
Sitio en el que hay que lidiar, ya sea con padres inquietantes quienes
solicitan que se realice un screening a sus hijos por un cuadro viral, así
como con momentos tristes en los que, a un neonato con tan solo algunos
días de vida, lo tienen que ingresar al tiempo de que los padres rompen
en llanto. También se viven situaciones conmovedoras, de mucho sen-
timiento, ante lo cual es el lugar que se convierte en el segundo hogar.
Se conoce a nuevos colegas, quienes se convierten en hermanos al com-
partir aventuras en cada guardia y por quienes la alegría crece infini-
tamente al verlos alcanzar logros y avanzar en su camino. No menos
importantes los médicos tratantes, verdaderos amigos quienes imparten
conocimientos actualizados al igual que sus anécdotas en el ejercicio;
con sus enseñanzas, alientan a seguir escalando cada día mas en la vida
como médicos.
Recuerdo de manera grata muchas anécdotas vividas en el hospital,
y este relato corresponde a una vivencia de mi día a día. Una mañana
soleada de mayo, jueves, ingresé a las 07H00 a una de mis primeras guar-
dias, en la que atendí junto a un residente y dos médicas tratantes, a todos
los pacientes pediátricos que acudieron aquel día al servicio de urgencias.
De acuerdo a la prioridad del triaje de Manchester , llegó a la emergencia
1
una niña de 8 años, acompañada de sus padres, a quien llamaré “Rosario”
(nombre protegido); tenía rostro dulce, ojos color café de mirada intri-
gante y cabello negro corto.
1 Corresponde al sistema de clasificación y prioridad de atención a pacientes diseñado en la década del 90 en
dicha localidad de Inglaterra.
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