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UNA NARIZ ROJA CAMBIA EL MUNDO
Varias son las actividades que un médico residente, en un hospital,
debe cumplir durante sus jornadas habituales, las cuales muchas veces
se extienden por más de 24 horas: el recorrer el centro de salud en sus
distintos pisos y especialidades es una labor digna de un maratonista
olímpico, conjuntamente con la labor intelectual que demanda la aten-
ción de cada paciente, además de las actividades académicas, propias
del servicio, como presentaciones ante auditorios, revisiones de casos
clínicos o simplemente mantener la actualización de conocimientos que,
sumado al poco descanso que se tiene entre las labores, llega a producir
estrés acumulado durante el día, mismo que si es sostenido por varios
meses, produce a un agotamiento más que nada mental o mejor conocido
con la palabra anglosajona “burnout”, descrita categóricamente como
una patología que conduce a complicaciones temibles como depresión y
hasta suicidio.
Muchos de los médicos somos afectados por este acontecimiento y
mi caso no fue la excepción porque en algún momento de los tres años
de residencia médica que realicé, padecí momentos sombríos encajados
en dicha patología, cuyas consecuencias fueron: astenia persistente, irri-
tación inexplicable y anhedonia.
Y en ese contexto, cierto día, mientras veía televisión en casa, des-
cubrí en una película la alternativa para sobrellevar el problema; en ella,
vi a uno de los médicos más revolucionarios de la última época, que fuera
en un principio catalogado como irreverente, me refiero al carismático
“Patch Adams”.
Este inspirador filme llegó a sacudir mis ideas en el momento exacto
en que necesitaba un aliciente para el estrés, ya que la película muestra
una visión diferente de la vida. Por ese motivo, me decidí a llenar el
corazón con la satisfacción que da el entregarse al prójimo, pues recordé
mis primeras semanas de residencia, cuando la risa y el humor eran co-
tidianos en mis labores, por lo que elegí identificarme con el personaje
central del film.
En días posteriores estuve decidido a realizar algo diferente y confiar
en ello, algo que nunca se me hubiera imaginado que podría suceder en
centros en donde el dolor y el desconsuelo abundan; entonces, adquirí
algunos dulces y una nariz roja de payaso, que fue complicada conseguir.
Cargado de una alegre motivación y sin chistar me dirigí finalmente al
trabajo.
Recuerdo que ese momento me sentía trémulo, nervioso y descon-
fiado por las posibles consecuencias que podría tener, al presentarme de
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