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MI PRIMERA EXPERIENCIA QUIRURGICA.
Lo que voy a contar en las siguientes líneas, es el paso de ser estu-
diante de medicina a afrontar mi primera experiencia quirúrgica solo.
Todo se remonta a que durante el pregrado siempre me interesó la cirugía,
además de la influencia de mi padre, un Ginecólogo a carta cabal. En
cualquier parte del trayecto, desde las prácticas de disección hasta llegar
al quirófano por primera vez, el gusto, el interés y la emoción propia del
momento, estuvieron presentes todo el tiempo; situación que reforcé en
la época de internado rotativo, cuando las mejores rotaciones correspon-
dían a ginecología y cirugía general. Mi parte favorita de las guardias era
entrar como ayudante a cualquier operación sin importar la hora.
Con dichas vivencias, me di cuenta de la gran variedad de cirujanos
que existen en este amplio mundo: los que dan la confianza desde el
primer contacto, hasta aquellos donde el tratante pregunta sobres quiénes
serán sus asistentes, sin recibir respuesta. De todas maneras, el quirófano,
al sol de hoy, me sigue pareciendo un sitio fascinante.
Mientras cursaba el año de salud rural me autorizaron la práctica qui-
rúrgica en un centro de segundo nivel. Al inicio de mi preparación, lo
normal era ingresar como ayudante para secar y separar de manera ade-
cuada los tejidos, siempre con la guía de tratantes con mucha experiencia.
Conforme avanzaban las semanas, me afianzaba en la técnica y me
ganaba la confianza de mis tratantes, quienes con el tiempo me ayudaron
a desarrollar mis habilidades con su guía, consejo y práctica permitida.
Cierto día por la mañana, mientras pasaban la lista de cirugías progra-
madas, el tratante habló conmigo y me pregunto: ¿Estás listo?, respondí
que sí. Era una cirugía que había visto muchas veces y en la que había
colaborado tantas otras; por lo tanto, me pidió que me aliste ante lo
cual seguí el proceso acostumbrado de lavado, vestimenta del paciente,
asepsia, y preparación del campo quirúrgico. La sorpresa fue máxima
cuando el tratante ingresó, sin alistarse, se me acercó y manifestó: “Hoy
solo voy a observar como lo haces”.
Creí que era una broma y que se prepararía; sin embargo, un interno
del servicio se incorporó como ayudante, se paró enfrente mío y el anes-
tesiólogo dijo: “Empezamos”.
La visión que tuve desde el primer corte fue un mundo totalmente di-
ferente al que estaba acostumbrado. En cada corte se siente una descarga
de adrenalina, sudor, emoción, cosas que nunca había experimentado, de
la mano de la responsabilidad intrínseca y correspondiente. Recuerdo que
sudé más de dos litros y que demoré más de lo planteado para la interven-
ción, dado que me dio algo parecido al “síndrome de mano alienígena”
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