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taban de alteraciones físicas-mentales, causantes de enfermedad, podría internado; no obstante, y viendo en retrospectiva, fue el mejor año de mi
haberme confundido. Aquel muchacho no paraba de hablar, de gesticular, vida y no lo cambiaría. Todo lo que aprendí, las amistades, y enseñanzas,
hacer muecas, moverse y gritar. “¡Infierno!” vociferaba a viva voz. Hubo no las tendré nunca más. ¡Fue genial ser Interno Rotativo!
un instante en el cual se mantuvo erguido, aterrador debo decir, porque
giró y me miró fijamente con una sonrisa sardónica. Llegué al tope del
miedo, cuando empezó a escupir e intentó agredirme, provocándome ce- Autor: Md. Tatiana Fuentes
falea. La única manera que tengo para explicarlo es que me perdí, me-
tafóricamente, y empecé a divagar, situaciones que atribuyo al estrés del
viaje y al cansancio acumulado.
¡Por fin llegamos! Así que estaba dispuesta a entregar al paciente y
emprender el camino de retorno, al anhelado descanso; sin embargo, no
sucedió lo que debería haber pasado. Primero, se había aflojado la suje-
ción de su mano derecha, lo cual me causó más susto del que ya tenía,
ante el potencial descontrol que podría presentar la situación. Lo miré,
me la devolvió, levantó su mano y me saludó. “¿Qué pasa? Pensé”.
Junto al médico que lo recibiría me acerqué, lo sujetamos de nuevo, y
procedió a examinarlo para cumplir con la recepción; de golpe, resultó
que el hombre presentó distermia de 37,7 °c, motivo por el que se negó
a aceptarlo, aduciendo que también tenía alguna infección. Busqué con-
vencer al doctor de todas las maneras posible para que lo acepte, y pese
a que sus argumentos carecían de validez, no lo conseguí; por lo tanto,
otras cuatro horas de miedo estaban en el horizonte, próximas a empezar,
ya que siendo interna no tenía otra alternativa que agachar la cabeza y
acatar la orden recibida.
¡La frustración y yo éramos una sola persona! Para terminar el día,
durante el recorrido, experimenté tremendo cólico, enfermé, y no termina
ahí. Cumplido el calvario, recibí la llamada de atención del Médico Resi-
dente, aduciendo que no cumplí con lo solicitado y que no hice las cosas
bien. Con la culpa encima, cansada y sin valor para nada, me retiré a casa
luego de treinta y seis horas de haber salido de ella, pensando en que más
situaciones como estas se presentarían en lo posterior.
En relación con el paciente, se le aplicó tratamiento con antibióticos
por siete días, ante la supuesta infección. Cumplido el tiempo, nuevo
intento de traslado y el jefe del servicio ordenó que yo tuviese que cum-
plirlo, otra vez. ¡Qué considerado!; sin embargo, esta vez sería distinto,
puesto que además de haber descansado, mi nivel de tolerancia estaba
intacto, concluyendo en referencia exitosa. Así cumplí con esta labor,
la misma que me dejó algunas enseñanzas durante todo su desarrollo,
e hizo que me fascine el poder de la mente y cómo el cerebro tiene la
capacidad de realizar este tipo de aversiones. Sé que es una condición pa-
tológica, pero no deja de causarme muchas interrogantes, y la necesidad
de estudiarlo.
A veces, en circunstancias difíciles, reconozco que quise abandonar el
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