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¿QUÉ TE MOTIVA A SER MÉDICO?



                  La primera vez que tuve contacto con la Medicina, o cómo fue que
               supe de esta carrera tan hermosa, fue a mi corta edad de 6 años y de la
               manera más dolorosa, con la pérdida del hermano de mi padre. El día
               que murió mi tío, transcurría normalmente hasta la hora de salida de la
               escuela, y como todos los días esperaba a mi padre con su auto celeste
               preguntándome:
                   —¿Cómo te fue hijo? —
                  Pero nunca llegó. Sí lo hizo mi madre, con lágrimas en los ojos y
               pausado caminar que denotaba tristeza.
                  —¿Dónde esta mi padre? — le dije
                  —Algo malo pasó hijo, ven vamos a casa—

                  Llegamos donde mi abuela. La familia en pleno lloraba, exaltados,
               hablando unos con otros. A lo lejos escuchaba —¿Por qué Dios mío?
               ¿Por qué?, Era tan joven—. Transcurrieron las horas, cayó la noche y vi
               a mi padre devastado, con una marcada expresión de incomprensión de
               la vida y del destino de las personas. De golpe, de su boca salió una frase
               que me marcó por mucho tiempo: —Malditos doctores, malditos…—

                  A partir de ese suceso nada volvió a ser igual. Las reuniones en casa
               de la abuela se acabaron, tíos y primos se alejaron, situación que en ese
               tiempo no la entendía; sin embargo, con el paso de los años supe a qué se
               refería mi padre con aquella sentencia repetida varias veces durante mi
               infancia y juventud.
                  Un día, viajando en el carro le pregunté:

                  —¿Papá qué te hicieron los doctores?, ¿Qué le paso a tu hermano? —
                  — Lo mataron— respondió sin pensarlo dos veces y sí, ¡Lo mataron!
                  Esta es la historia:
                  Mi tío acudió al hospital debido a un dolor de estómago y lo tuvieron
               en observación toda la noche en las frías camillas del lugar. A la mañana
               siguiente mi padre fue a visitarlo, pensando en que la situación se habría
               resuelto y que lo llevaría a casa a descansar o recuperarse, lo cual nunca
               sucedió. Conversaron un momento y mi padre peguntó:
                  —¿Cómo estás hermano? —
                  —Nada bien, nada bien, no me he movido de esta camilla en toda la
               noche — le respondió.
                  —Lo vi retorcerse de dolor en la camilla, totalmente demacrado y a


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