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De igual manera sus respectivas presencias en las listas de éxitos a veces son tan

estables que desafían el más riguroso análisis de la temporalidad en la

modernidad líquida. Por otra parte en la música seria, académica o de concierto –
ya saben que no me queda claro la definición exacta para esto – sucede algo
bastante parecido, aunque – hay que reconocerlo – con marcadas diferencias.

No obstante, es cierto que hay determinadas corrientes musicales, compositores
de renombre, voces autorizadas, festivales, concursos, escuelas, fundaciones y

espacios de experimentación que son absolutamente inamovibles desde hace
décadas y ni la temporalidad, la fragilidad y la vulnerabilidad de la modernidad

líquida han podido hacer mella en ninguno de ellos. Pero de todo lo dicho existe
una contradicción importante en los sectores que podrían estar más en peligro en
la modernidad líquida.

Esos sectores están representados por los

nuevos creadores e intérpretes – en
cualquier esfera de la música y el arte –

que intentan abrirse camino en un
mundo globalizado por vacas sagradas y

que sí sufren la temporalidad, la fragilidad
y la vulnerabilidad de la modernidad

líquida a la hora de llevar a cabo sus
distintos proyectos, sin recibir lo que
define en primer orden a dicha

modernidad líquida y que bien pudiera

convertirse en una ventaja para ellos: el
constante cambio.

Pero la contradicción más importante que

tiene este interesante fenómeno es que
precisamente esos creadores

emergentes, golpeados constantemente
por la modernidad líquida no permiten –

gracias a su talento y tenacidad – que sus
esfuerzos sean ni temporales, ni frágiles,

ni vulnerables. A ellos son los que en
verdad afecta lo peor de la modernidad

líquida y son ellos los que con más fuerza
la enfrentan.