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de  la  gente  del  pago  mientras  esperábamos  a

      nuestros  amigos.  Los  pobladores  arribaban
      algunos  en  automóviles  y  otros  montados  en  sus
      briosos corceles con arneses plateados con ribetes

      en  oro,  sus  largos  facones  de  vainas  de  alpaca
      labradas  cruzados  al  cinto,  rastras  llenas  de
      brillantes  monedas,  sobreros  de  paños,  pañuelos

      de  cuellos  multicolores,  bombachas  blancas  o
      batarazas de sesenta tablas y vistosas nazarenas.
      Estas  presencias  señoriales  colmaron  el  lugar

      acompañados por sus mujeres sobre las ancas de
      sus briosos montados, dando brillo a la reunión con
      sus bellos atuendos.
             A  las  tres  de  la tarde  se  juntaron  bajo  unos

      algarrobos  distantes  de  la  casa  y  prepararon  el
      lugar  para  ‘tirar  el  hueso’.  Entre  todos  ellos  se

      distinguía un varón de fina estampa y buena ropa
      que  además  lucía  pañuelos  al  cuello  de  seda
      blanca  y  una  boina  negra.  Este  hombre  de  unos
      treinta y cinco años de presencia distinguida estaba

      parado entre las líneas en medio de la cancha y, a
      la vez que hacía de juez, devolvía las tabas a los

      tiradores ocasionales.
             —  Nicanor,  que  había  arribado  hacía  unos
      momentos, se refiere al sujeto como el aviador. —
      Todos lo conocemos, pues siempre está presente

      en las jugadas, es serio y responsable.

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