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El aviador llegó con prontitud y me ayudó a
incorporarme. Con gran esfuerzo llegamos al
aeroplano donde me senté en el lugar del
acompañante y le pedí que encendiera el motor y
él lo piloteara para llevarme al doctor. Pero se
negó, me dijo que desconocía su manejo y que
nunca había viajado ni de pasajero. Para
ese momento yo había perdido mucha sangre y me
sentía frío. Ante la impotencia le pregunté por qué
se negaba a realizar su labor y él me sorprendió al
decirme que lo hizo con acostumbrada
responsabilidad en el juego, ya que él es un
‘aviador de tabas’, el que hace de juez y devuelve
el hueso al jugador. ¡Qué ironía, por un momento
comprendo que estoy condenado a morir allí y
comienzo a rezar en voz baja! Me desmayo y
vuelvo a la conciencia en varias oportunidades, lo
que me hace perder la noción del tiempo. En mi
agonía veo posada una palomita en el fuselaje y
cuando extiende sus alas, el reflejo del sol le da un
brillo especial a sus plumas como el que brinda la
luz polarizada. Los sonidos se alejan suavemente,
solo oigo mi respiración entrecortada. Desapareció
el dolor. Todo es quietud.- FIN
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