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gloriosos o anhelamos vidas más afortunadas, pero
con los constantes fracasos renunciamos a ellos
abandonándolos como jirones en los alambres de
púas, realizando trabajos agobiantes rayanos a la
esclavitud o en las botellas de vinos baratos de
algún quiosco de mala muerte. La mayoría de
nuestros vecinos provienen de otros
asentamientos, pero nosotros vinimos de la
zona rural, hartos de gastar en esperanzas
infructuosas, con los bolsillos vacíos y la piel
manchada de soles abrasadores y de heladas
impiadosas. Allá la chacra nos cobró con pequeñas
voluntades diarias hasta lograr derrotarnos y, aun
así, sin estar saciada del sudor que depositamos
en ella se quedó con el aliento de nuestros padres
que hoy descansan a la sombra de los ceibos en
un pequeño cementerio solitario y como único
reconocimiento por todos los aportes por varios
lustros de labor incansable.
Nuestro hogar en la colonia fue ameno,
fuimos educados con sabiduría y enriquecidos con
la música, el canto y el acompañamiento de la
guitarra. Nuestros padres amaban y añoraban las
viejas serenatas y decían que era el don mágico
que poseía el hombre para expresar sus
sentimientos como el amor y el agradecimiento,
inclusive podía lograr una reconciliación si
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