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De pronto tuve un sentimiento de admiración

           y regocijo. Allí, en ese lugar alejado de los centros
           urbanos, hallé un colega que sabía vestirse mejor
           que  yo.  Por  un  momento  me  olvidé  de  él  y  mi

           atención se dirigió a otro lugar donde se inició una
           feroz  discusión  y  observaba  todo  desde  un  sitio
           neutral mientras trataba de hallar a mi compañero.

           Recorrí con la mirada y me detuve en el centro de
           la  discordia,  al  verlo  discutir  acaloradamente  y,
           aunque  no  podía oír  lo  que  decía,  sé  que  estaba

           muy alterado, por la manera que movía sus brazos.
           A su lado un muchacho
                  escuálido extrajo de entre sus ropas un gran
           revolver  y  apuntó  a  mi  amigo  sin  que  el  se

           percatara  del  peligro.  Al  verlo  corrí  hacia  ellos
           gritando  su  nombre,  pero  en  medio  del  desorden

           no  me  oyó.  Unos  metros  antes  de  llegar  oí  el
           estampido y Máximo, herido de muerte, cayó hacia
           atrás con un agujero en el pecho y una mueca de
           sorpresa.  Luego,  sin  mediar  palabra,  el  asesino

           giró hacia mí y volvió a tirar del gatillo; la pesada
           bala me dio de lleno en el estómago y me doblo a
           la mitad, haciéndome caer de rodillas. Todo pareció

           silenciarse  por  unos  instantes.  La escena  pareció
           congelarse  por  unos  brevísimos  instantes,  pero
           luego  vi  que  corrían  despavoridos  en  todas

           direcciones.

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