Page 194 - Arquitectos del engaño
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problemas constantes de digestión, como flatulencias y estreñimiento, que indicaba una falta de vitamina B.
        Era  incapaz  de  digerir  correctamente  lo  que  comía.  Pero  en  vez  de  darle  vitaminas  y  minerales,  recibía
        grandes dosis de productos químicos, que le arruinaron completamente la salud. Este hecho era conocido por
        el servicio de inteligencia estadounidense, según los informes que ahora están disponibles.
               El  médico  judío  de  Hitler  Theodore  Morell,  catedrático  de  psiquiatría  y  miembro  de  la  Sociedad
        Thule, fue capaz de poner a Hitler en la condición exigida por los financieros del nacionalsocialismo. Daba a
        Hitler  hasta  20  comprimidos  al  día  de  belladona  y  estricnina.  Todos  los  médicos  son  conscientes  de  los
        efectos  de  la  belladona.  Agrava  los  problemas  digestivos,  más  que  aliviarlos.  La  belladona  provoca  la
        parálisis del sistema nervioso central y los órganos internos como el estómago, inhibe la secreción en el
        tracto digestivo y las membranas mucosas. La belladona también tiene un efecto negativo sobre el cerebro.
        Cuanta más inteligencia, más perjudicial es. La sensibilidad del paciente se deteriora, le convierte en un
        maníaco y le hace propenso a histéricos ataques de ira. La belladona también afecta la visión y la audición,
        puede provocar un  hablar  rápido,  vértigo  y síntomas  similares  a  la  rabia.  Esto  provoca  la  parálisis de la
        médula  espinal  y  los  músculos  del  estómago.  Se  detiene  el  proceso  digestivo,  y  el  paciente  se  vuelve
        colérico.
               La estricnina también es un veneno que causa calambres, amnesia y dolores de cabeza y provoca
        dificultades al levantar la cabeza y en la capacidad de caminar.
               Además,  Hitler  tomaba  atropina,  que  provoca  exaltación  y  desorientación.  Tenía  alucinaciones,
        palpitaciones  en  el  corazón  y  estreñimiento  agudo.  Los  hechos  fueron  revelados  por  el  neurocirujano
        estadounidense Bert Edward Park en su libro "El impacto de las enfermedades en los líderes mundiales"
        (1.986). Por lo tanto, no es cierto que Morell fuera un "doctor píldora ignorante, sin escrúpulos" como más
        tarde  se  dijo.  Después  de  la  guerra,  Morell  dijo  a  los  aliados  que  había  envenenado  a  Adolf  Hitler
        deliberadamente.
               Por otra parte, el Führer tomaba grandes cantidades de cafeína, cardiazol, coramine, sympatol, entre
        otros - un total de 28 medicamentos y drogas (Hugh Trevor-Roper, "Los últimos días de Hitler", Londres,
        1.947, p. 68). Hitler exigía que le dieran medicinas naturales, pero éstas eran neutralizadas por el pervitine,
        un pariente cercano de la anfetamina, que comenzó a destruirle el cerebro. Frecuentemente se despertaba
        temblando por la noche. A causa del insomnio, se convirtió histérico y tenía miedo de la oscuridad.
               Hitler prefería a Morell antes que a los otros médicos, el profesor Karl Brandt y el profesor Hans
        Karl von Hasselbach. Brandt acusó Morell de "negligencia criminal" ya en 1.934 (David Irving, "La guerra
        de Hitler", Londres, 1.977, p. 713).
               El Dr. Theodore Morell también era masón (Hans Werner Woltersdorf, "Die Ideologie der neuen
        Weltordnung", 1.992, p. 110).
               El Führer siempre comenzaba el día cansado, refunfuñando y de mal humor. Después de su dosis
        diaria de pervitine, cambiaba completamente. Se le ponían ojos de maníaco, su discurso era rápido y confuso
        y  temblaba.  Los  cuidados  de  Morell  también  incluían  grandes  dosis  de  testosterona,  la  hormona  sexual
        masculina. En 1.945, Hitler tomaba 92 sustancias químicas diferentes.
               El  Presidente  John  F.  Kennedy  también  tenía  el  cerebro  arruinado  por  las  anfetaminas  y  los
        esteroides.  El  médico  judío  Max  Jacobson  visitaba  a  la  familia  Kennedy  cuatro  veces  a  la  semana  para
        administrarles las inyecciones. Ya en el verano de 1.961, los Kennedy habían desarrollado la adicción a las
        anfetaminas.
               Tras el atentado contra su vida el 20 de julio de 1.944, Hitler recibía dosis máximas de cocaína para
        sus problemas de sinusitis. Dos veces al día, tomaba una solución de cocaína en forma de aerosol nasal. Una
        vez se tomó una sobredosis, que le llevó al colapso, le dejó inconsciente y con un ataque epiléptico. La
        cocaína provoca depresión y pérdida de energía y de apetito y afecta al corazón. Resulta imposible dormir
        con  normalidad.  Los  efectos  son  sensación  de  desmayo,  mareo,  palpitaciones,  deterioro  del  sentido  del
        olfato, dolores de cabeza e insomnio incurable. El cerebro deja de funcionar correctamente y uno se queda
        reducido  a  ser  un  zombi,  una  herramienta  adecuada  para  los  poderes  del  mal.  La  cocaína  causa  daños
        permanentes en las células nerviosas.
               Los fármacos, sobre todo los opiáceos como la morfina y la heroína, destruyen las células nerviosas
        en los ganglios basales del cerebro, que causan síntomas similares a los del Parkinson. Hitler ya tenía la
        enfermedad de Parkinson a mediados de la década de 1.930. La enfermedad le causó deterioro desde 1.940,
        y empezó a desintegrarse mentalmente.
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