Page 63 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  a pesar de su palidez; además, sus labios estaban rojos como
                  nunca. Pero no había ninguna señal de movimiento, ni pulso, ni
                  respiración, ni el latido del corazón. Me incliné sobre él y traté de
                  encontrar algún signo de vida, pero en vano. No podía haber
                  yacido allí desde hacía mucho tiempo, pues el olor a tierra se
                  habría disipado en pocas horas. Al lado de la caja estaba su
                  tapa, atravesada por hoyos aquí y allá. Pensé que podía tener
                  las llaves con él, pero cuando iba a registrarlo vi sus ojos muer
                  tos, y en ellos, a pesar de estar muertos, una mirada de tal odio,
                  aunque inconsciente de mí o de mi presencia, que huí del lugar,
                  y abandonando el cuarto del conde por la ventana me deslicé
                  otra vez por la pared del castillo. Al llegar otra vez a mi cuarto
                  me tiré jadeante sobre la cama y traté de pensar...


                         29 de junio. Hoy es la fecha de mi última carta, y el con
                  de ha dado los pasos necesarios para probar que es auténtica,
                  pues otra vez lo he visto abandonar el castillo por la misma ven
                  tana y con mi ropa. Al verlo deslizarse por la ventana, al igual
                  que una lagartija, sentí deseos de tener un fusil o alguna arma
                  letal para poder destruirlo; pero me temo que ninguna arma ma
                  nejada solamente por la mano de un hombre pueda tener algún
                  efecto sobre él. No me atreví a esperar por su regreso, pues
                  temí ver a sus malvadas hermanas. Regresé a la biblioteca y leí
                  hasta quedarme dormido.
                         Fui despertado por el conde, quien me miró tan torva
                  mente como puede mirar un hombre, al tiempo que me dijo:

                         —Mañana, mi amigo, debemos partir. Usted regresará a
                  su bella Inglaterra, yo a un trabajo que puede tener un fin tal que
                  nunca nos encontremos otra vez. Su carta a casa ha sido des
                  pachada; mañana no estaré aquí, pero todo estará listo para su
                  viaje. En la mañana vienen los gitanos, que tienen algunos tra
                  bajos propios de ellos, y también vienen los eslovacos. Cuando
                  se hayan marchado, mi carruaje vendrá a traerlo y lo llevará
                  hasta el desfiladero de Borgo, para encontrarse ahí con la dili
                  gencia que va de Bucovina a Bistritz. Pero tengo la esperanza
                  de que nos volveremos a ver en el castillo de Drácula.
                         Yo sospeché de sus palabras, y determiné probar su
                  sinceridad. ¡Sinceridad! Parece una profanación de la palabra en
                  conexión con un monstruo como éste, de manera que le hablé
                  sin rodeos:
                         —¿Por qué no puedo irme hoy por la noche?



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