Page 59 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker
que cualquier maldad que él pueda hacer sea atribuida por la
gente de la localidad a mi persona.
Me enfurece pensar que esto pueda seguir así, y mien
tras tanto yo permanezco encerrado aquí, como un verdadero
prisionero, pero sin esa protección de la ley que es incluso el
derecho y la consolación de los criminales.
Pensé que podría observar el regreso del conde, y du
rante largo tiempo me senté tenazmente al lado de la ventana.
Entonces comencé a notar que había unas pequeñas manchas
de prístina belleza flotando en los rayos de la luz de la luna. Eran
como las más ínfimas partículas de polvo, y giraban en torbelli
nos y se agrupaban en cúmulos en forma parecida a las nebulo
sas. Las observé con un sentimiento de tranquilidad, y una es
pecie de calma invadió todo mi ser. Me recliné en busca de una
postura más cómoda, de manera que pudiera gozar más plena
mente de aquel etéreo espectáculo.
Algo me sobresaltó; un aullido leve, melancólico, de pe
rros en algún lugar muy lejos en el valle allá abajo que estaba
escondido a mis ojos. Sonó más fuertemente en los oídos, y las
partículas de polvo flotante tomaron nuevas formas, como si
bailasen al compás de una danza a la luz de la luna. Sentí hacer
esfuerzos desesperados por despertar a algún llamado de mis
instintos; no, más bien era mi propia alma la que luchaba y mi
sensibilidad medio adormecida trataba de responder al llamado.
¡Me estaban hipnotizando! El polvo bailó más rápidamente. Los
rayos de la luna parecieron estremecerse al pasar cerca de mí
en dirección a la oscuridad que tenía detrás. Se unieron, hasta
que parecieron tomar las tenues formas de unos fantasmas. Y
entonces desperté completamente y en plena posesión de mis
sentidos, y eché a correr gritando y huyendo del lugar. Las for
mas fantasmales que estaban gradualmente materializándose
de los rayos de la luna eran las de aquellas tres mujeres fantas
males a quienes me encontraba condenado. Huí, y me sentí un
tanto más seguro en mi propio cuarto, donde no había luz de la
luna y donde la lámpara ardía brillantemente.
Después de que pasaron unas cuantas horas escuché
algo moviéndose en el cuarto del conde; algo como un agudo
gemido suprimido velozmente. Y luego todo quedó en silencio,
en un profundo y horrible silencio que me hizo estremecer. Con
el corazón latiéndome desaforadamente, pulsé la puerta; pero
me encontraba encerrado con llave en mi prisión, y no podía
hacer nada. Me senté y me puse simplemente a llorar.
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