Page 35 - Velasco y la independencia nacional
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La Suerte de la Revolución • Augusto Zimmermann Zavala
lo de un grupo importante de peruanos, era también un derecho de las mayorías que habitaban en la cara oculta del Perú. Mientras no más de doscientas familias acaparaban la propiedad de la tierra, cinco millones de peruanos araban los surcos del patrón. En la costa, a cambio de un salario, porque allí la estructura capitalista dispensaba a la fuerza de trabajo la categoría de asalariada, y en la sierra, dentro de los más humillantes métodos de explotación. Sin haber cambiado con los años y la historia, las instituciones sigui- eron siendo las mismas que doscientos años atrás. El gamo- nal era dueño de tierra y de hombres, proclamaba la ley y la imponía. Allí donde las comunidades indígenas seguían aferradas a su “ayllu” y a sus costumbres incarias, el blanco, español o criollo, obligaba al campesino a trabajar sus tierras a cambio de un pedacito de terreno donde pudiera sembrar sus papas y su maíz o pastar sus ovejas.
Desintegrada la vida del campo, millones de peruanos bajaron de los Andes a las ciudades de la costa, atraídos por la industria, sus salarios, el cine, la radio y la televisión, el fútbol y la proximidad de los mercados.
Formaron las barriadas como un círculo alrededor de Lima. Los grupos organizaron invasiones de terrenos eri- azos donde plantar una estera como símbolo de morada familiar. La industria, sin planes de desarrollo, ocupó a los que pudo y el resto tuvo que ingeniárselas en el submun- do de la desocupación. Aparecieron los intermediarios en la comercialización de alimentos, los vendedores ambulantes, los canillitas, dispuestos a llenar las calles de la ciudad en transacciones de emergencia para pagarle a la vida en cuotas diarias el precio de sobrevivir.
Los tranviarios, los transportistas, los choferes buscaron la unidad de sus intereses para pelear por la vida, no día a día, sino año a año, en la forma de pliegos de reclamos que
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