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hasta su casa. Una vez en ella se lavó un poco la cara y pensó unos minutos a ver si debía volver
o no. Fue hasta su cuarto y abrió su ropero, sacó del ropero una capa bordada con oro y plata que
le había regalado hace algunos años, justamente el dueño de la casa donde estaba invitado. Sobre
sus otras ropas embarradas y sobre su propia suciedad se puso la capa, volvió a subir al carruaje y
ahora sí, sin problemas llegó a la casa a donde era la cena.
El mismo mucamo abrió la puerta y cuando vio semejante capa brillante lo reconoció inme-
diatamente y le dijo:
Lo estábamos esperando Eminencia, pase por acá.
Entonces el dueño de casa lo recibió y le preguntó:
¿Algún problema? Hace mucho lo estábamos esperando.
No... ya estoy acá.
Dice el dueño de casa:
¿Podemos ir al comedor? Lo estábamos esperando para cenar.
Si claro, como no.
Entonces el hombre se sentó a la derecha del dueño de casa y nadie se animaba a empezar a
comer hasta que el Sumo Sacerdote no empezara.
Podemos empezar, dijo el dueño de casa.
Pues claro.
Trajeron el primer plato… Un plato de sopa. Todos tomaron la cuchara y esperaron que el
Sumo Sacerdote empezara. El Sumo Sacerdote en lugar de empezar alargó la mano y tomó la pun-
ta de la capa que tenía puesta y con la punta de la capa en su mano izquierda empezó a mojarla
en la sopa. Cuando mojaba la capa en la sopa se hizo un silencio increíble. Mientras tanto el sumo
sacerdote decía:
Tomá la sopa, mi amor... tomá la sopita, que está rica, tomá, tomá, fijate que rica que está.
El dueño de casa pensó:
Se volvió loco, el sumo sacerdote se volvió loco Entonces le preguntó:
¿Pasa algo, excelencia?
Mientras el sumo sacerdote le seguía hablando a la sopa:
Vamos mi amor, toma la sopa que está rica, que está calentita.
Hizo un silencio y después mirando al dueño de casa le explicó:
No... No pasa nada. Sino que la sopa es para ella, yo vine sin ella hace un rato y me sacaron a
patadas .
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