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LOS PAJARITOS
Un día de julio de 1992 iba yo camino a Salta en un viaje de negocios. Todo era tan ordinario hasta
que aterrizamos en Córdoba, en el aeropuerto de Pajas Blancas, para un cambio de avión.
Mientras que yo recogía mis pertenencias, escuche un mensaje que pedía que el señor Martinez se
reportara de inmediato con un representante de Aerolíneas. No pensé que fuera nada urgente hasta que
llegue a la puerta del avión y escuche a un caballero preguntándole a cada hombre sí él era el señor Mar-
tinez. En este momento supe que algo había pasado y mi corazón se sacudió.
Al ingresar al avión un hombre joven, con la cara muy solemne se acercó a mí y me dijo:
Sr. Martinez, hay una emergencia en su casa, no sé cuál es la emergencia, ni quien está involucrado,
pero lo llevaré a un teléfono para que pueda llamar al hospital.
Mi corazón latía desbocado, pero el deseo de estar tranquilo me calmó. Seguí al señor hasta un telé-
fono distante donde pude hablar al número que él me dio del Hospital. Pasaron mí llamada de inmediato
al Centro de emergencias donde se me informo que mí hijo de tres años había quedado atrapado abajo
del portón automático del garaje por varios minutos y que cuando mi esposa lo encontró él estaba muer-
to. Un vecino que, es doctor, le había dado respiración artificial y los paramédicos habían continuado con
el tratamiento mientras Braian era transportado al hospital.
En ese momento, Braian había revivido y los doctores creían que iba a salvarse, pero no sabían cuán-
to daño habían sufrido su cerebro y su corazón. Ellos me explicaron que la puerta se había cerrado com-
pletamente sobre su esternón exactamente encima de su corazón. El estaba severamente herido.
Después de hablar con los doctores, mi esposa sonaba preocupada pero no histérica, y yo me confor-
te con su tranquilidad. El vuelo de regreso pareció eterno, pero finalmente llegue al hospital cuatro horas
después de que el portón del garaje se había cerrado. Cuando entré en la unidad de cuidados intensivos,
encontré a Braian acostado tan tranquilito en esa gran cama con tubos y monitores por todas partes.
Él estaba conectado a un respirador. Mire a mí esposa quien me dirigió su mejor sonrisa. Todo parecía
una espantosa pesadilla. Me dieron todos los detalles y el diagnóstico. Braian iba a vivir y pruebas preli-
minares mostraban que su corazón estaba bien de milagro. Pero solo el tiempo diría si su cerebro había
sido dañado.
A lo largo de las interminables horas, mi mujer estaba tranquila. Ella sentía que Braian iba a estar bien.
Me aferré a sus palabras y su fe como a una línea de vida. Toda esa noche y el día siguiente Braian estuvo
inconsciente. Parecía que habían pasado años desde que salí la mañana anterior en mí viaje de negocios.
Increíblemente a las dos de la mañana, Braian recuperó la conciencia y se sentó diciendo las más
hermosas palabras que he escuchado. Él dijo:
Papi, abrazame y me tendió sus pequeños bracitos. Una lágrima, me corrió y una sonrisa también.
Al día siguiente se le diagnosticó sin daño cerebral ni físico y el cuento de su supervivencia milagrosa
27 recorrió todo el hospital. No pueden imaginar nuestra gratitud y felicidad.