Page 58 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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—Me gustan tus apellidos —mentí para caerle bien al niño.


               Daniel se cubrió la cabeza con la sábana y lanzó un gorgoreo que quiso decir No
               son los mejores, prefiero el Isla que me pusieron mis padres. Suena a lejanía e
               introspección. Es mucho más misterioso. Más como de fantasma.


               —El único fantasma aquí soy yo —puntualicé enseguida, para después
               responder la pregunta que había originado nuestro primer encuentro—. Estoy
               triste porque hace mucho tiempo que no veo a mi novia.


               Daniel lanzó un suspiró que quería decir Nada es que no pueda ser.


               Pero rápidamente el suspiro del bebé desapareció para dejar una mueca que
               demostraba que estaba muy interesado por conocer mi vida, mis problemas.


               Digamos que tomó la actitud del cantinero que mientras realiza sus actividades
               escucha atento las penas de los parroquianos. Claro que las ocupaciones de un
               cantinero son múltiples y van desde limpiar con un trapo la barra hasta servir los
               tragos; en cambio las actividades de Daniel se limitaban a contemplar el techo
               mientras de su boca escurría una minicascada de saliva. De todas formas yo
               agradecía el interés que mostraba por la historia que comencé a contarle:


               —Por culpa de un escándalo, que por el momento pienso mantener en secreto,
               me prohibieron la entrada al libro que habita mi amada y desde entonces no sé
               nada de ella. El libro se llama Un dragón morado y otros contratiempos. No es la
               gran cosa pero tiene la virtud de contener el espíritu de Grete Nikolaievna, la

               ayudante de cuchillero más hábil de que se tenga memoria…

               Hablé y hablé y hablé. De tanto hablar se me secó la boca y relacioné la sed con
               la imagen del bebé transformado en paciente cantinero. Una cosa llevó a la otra

               y entonces se me antojó muchísimo un trago de leche. Daniel se dio cuenta y por
               entre los barrotes de su cuna me ofreció su mamila, mientras que me pedía muy
               interesado que continuara con la historia. Le di un largo trago a la leche y
               continué mi narración.


               Sin embargo, casi de manera instantánea comencé a marearme y mi lengua se
               trababa cada tres o cuatro palabras. Entonces le di otro trago a la mamila para
               ver si se arreglaban las cosas y resultó peor: las ideas me venían en ráfaga, pero
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