Page 99 - El valle de los Cocuyos
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Regresaron al rancho y la encontraron leyendo el humo del tabaco. Colgándose a
su cuello el niño, le dijo:
Ya sé a quién me parezco, Anastasia.
—Sí, muchacho, yo también lo sé y estoy tan feliz como tú.
La noche llegó y los tres se fueron a pasear por el valle iluminado a la luz de los
cocuyos. A lo lejos se oía el canto dulci-triste de Silbo Brumoso. Pasaron junto a
la cueva del Pajarero Perdido y, cerca de allí, los ojos atónitos de Jerónimo
vieron por primera vez a Dragón, el rey.