Page 95 - El valle de los Cocuyos
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—No te entristezcas, Jerónimo —le dijo el Pajarero—. Dentro de poco irás a mi
pueblo; apenas tendremos tiempo de preparar la fiesta que haremos en tu honor,
porque tú eres el verdadero salvador de los alcaravanes. Mira, es para ti —dijo el
viejo entregándole la pluma que quedaba en su bolsillo.
El niño se calmó y lo dejó partir.
Aquella tarde Jerónimo llevó a Mariana al río de las Tortugas y, para su sorpresa,
descubrió que ella sabía lo de las historias en los caparazones.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó intrigado.
Mariana no contestó y lo miró con picardía mientras iba de un lado a otro
mirando tortuga tras tortuga. Jerónimo la seguía más intrigado aún.
—¿Qué buscas? —le preguntó inquieto.
—Una tortuga de cuello rosado —respondió Mariana.
—¡Ah!, la tortuga de cuello rosado... Algunas veces la he visto, pero siempre al
otro lado del río —dijo el niño.
La mujer escudriñó la otra orilla sin éxito alguno. ¡Había tantas tortugas! Y
muchas de ellas estaban metidas dentro de sus caparazones. Pero Mariana no se
daba por vencida, iba y venía mientras sus ojos verdes relampagueaban de